Sinceramente, no me interesa la política del día a día, es demasiado inmediata y poco interesante. Tampoco me gusta la política de lucha de poder, de movimientos tácticos sin objetivos a largo plazo para nuestro país. Solo me atrae la política en la medida en que mejora la vida de los ciudadanos y que éstos, de algún modo, ganen presencia y aumenten su control sobre la vida pública.
Dicho esto, pergeñaré lo que le pido a los políticos:
En primer lugar me parece imprescindible para ser un buen
político que haya sido previamente un buen ciudadano. Y un buen ciudadano es el
que ha trabajado como adulto por cuenta propia o ajena. Antes de participar del
poder han debido de tener una vida de servicio público a través del trabajo. Esta
experiencia elemental los situará lejos de la demagogia y en la realidad, y les
permitirá tomar decisiones basadas en criterios objetivos. Sé, por desgracia,
que esto no es así en muchos casos.
Que no entiendan la política como una profesión para ganarse
el sustento. Que no se eternicen en los cargos o de cargo en cargo. Si una
actividad es, en un sentido puro, vocacional esa es la política. Vocación de
servicio público, sentido comunitario. Aunque sé que, por desgracia, esto no es
así en muchos casos.
Esto anterior implica que debe tener un conocimiento técnico
y una sensibilidad honda hacia la realidad social. Hay dos formas de
conseguirlo: haber trabajado con continuidad en organizaciones sociales o bien mediante estudios universitarios
especializados, alcanzados legal y regularmente. Esto le permitirá aportar
opiniones fundamentadas en el rigor, la ciencia y el humanismo, y rechazar las
supercherías. También sé que, por desgracia, esto no es así en muchos casos.
Me gusta mucho en un político que tenga un criterio propio
sobre las cosas, personalidad en las opiniones que emite. No soporto la censura
impuesta y aceptada de un argumentario de partido. Quiero políticos
librepensadores. Es donde se demuestra la valía de una persona, que es anterior
al cargo político. No me interesan los políticos típicos, mediocres y
aburridos. ¡Qué envidia de los parlamentos anglosajones donde algunos políticos
opinan y deciden en contra, algunas veces, de su propio partido! Aunque sé que,
por desgracia, esto no es así en muchos casos.
Un político tiene que tener proyectos: saber qué quiere hacer
de su ciudad, comunidad autónoma o Estado. Esto significa muchas horas de
reflexión libre y creativa, individualmente y en equipo. Ya sé que el político
es, fundamentalmente, un hombre de acción, pero si no piensa no aporta nada
nuevo. No me gusta que el político sea
un mero gestor conservador, en muchos casos ni eso, del aparato burocrático que
se encuentra. Sé que, por desgracia, esto es así en muchos casos.
Un político debe mirar por su pueblo y, dentro de su pueblo,
por los más pobres, los más necesitados. Tiene que ser justo y tener un hondo
sentido de la justicia. Aquí es clave el respeto y el desarrollo lo más amplio
posible de los Derechos Humanos. También debe ser sensible a las
reivindicaciones populares y a los movimientos sociales. No obstante, debe tener un sentido de la
justicia contextualizado. Por ejemplo: Si en el sector de las empleadas de hogar
la mayoría son mujeres el objetivo debe ser mejorar sus condiciones laborales,
y si en el sistema educativo el fracaso escolar es mayor entre los alumnos
varones, la discriminación positiva debe ser a favor de éstos. Un político
tiene que tener claro que está para servir a la comunidad y no para anteponer
los intereses personales o de partido. Sé que, por desgracia, esto es así en
muchos casos.
Un político debe saber distinguir entre Iglesia y Estado.
Esto conceptualmente está claro en la Constitución. Saber distinguir los dos
planos es un proceso progresivo que se inicia en el Renacimiento y se consolida
con la Ilustración. De la religión el ámbito privado, de la política el ámbito
público. Salvo que se sea un hipócrita al que interesa mezclar todo, el político
es un hombre público; cuándo participa de un acto religioso lo hace a título
privado. Aunque sé que, por desgracia, esto no es así en muchos casos.
Un político debe tener cierta coherencia ética: entre lo que
dice y lo que hace; entre las distintas acciones que marcan su quehacer
político. La política de codazos y mentiras no es agradable para la gente
sencilla. El fin no justifica los medios. La división dentro de los partidos
por intereses personales no tiene el apoyo de los ciudadanos. La política debe impulsar a hombres educados y
honrados, con cierta capacidad de consensuar acuerdos. Aunque sé que, por
desgracia, esto no es así en muchos casos.
En fin, no deseo ni héroes ni santos. Son cualidades
personales; en otra ocasión podré reflexionar sobre la estructura de los
partidos y del Estado. Solo exijo cierta calidad humana y técnica en nuestros
políticos. Para eso sería conveniente que las listas electorales fueran
abiertas, para poder elegir políticos de calidad que hagan aportaciones creativas
basadas en las necesidades de la comunidad y que, de facto, bloqueen la
omnipotencia de los líderes mediocres que nos gobiernan; salvo honradas
excepciones, benditos sean.
Comprenderán los lectores que, después de lo expuesto, para
mí los mejores políticos son los ciudadanos de a pie que trabajan a diario con
primor e ilusión para mejorar la vida de este país.
Publicado en "La Voz del Sur".
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