“Decidle a… -susurró la niña-. Decidle a alguien que yo estoy aquí”. Del
poema “Nochebuena” de Eduardo Galeano.
La soledad es cuando en la pubertad, al atardecer, en un banco de un parque desértico, te descubres a ti mismo, por primera vez, sin lazos, sin norte. Se mira en un espejito cuarteado.
La soledad es cuando ante un acto fallido, la censura colectiva te reprende e injuria. ¡Maldita culpa!
Soledad es enredarte/perderte en tu monólogo. Muchas
palabras que compartir sin tener con quién.
La soledad es una jaula de grillos en la cabeza que
nunca silencian. ¿La locura?
Soledad es el caos, el abismo: nervios, excitación
perenne. Vacío que excava en otro vacío.
La soledad es vivir en un mundo que no comprendes: Te abruma, te aturde, te lamina. ¡Condenada materia!
La soledad es tomar la decisión adecuada en un cruce de caminos retorcidos. Acorralado.
Heridas de amor: pérdida, derrota. No te roza su mirada, su sonrisa, su caricia. Extravío perpetuo.
La soledad es arrastrar una nube negra y ver al mundo
sonreír. Invierno.
Hay palabras que hieren y palabras que acarician el alma. Las primeras ahondan la soledad, las segundas contagian paz y calor.
La soledad es ese paseo solitario en el que las ideas
se decantan, se cimentan, y el alma respira. Oasis.
Soledad es vivir en el escepticismo que dan los años,
el tiempo. Nada lo revierte ni lo
consuela. “Soy Paco. Tengo ochenta y siete años. Mi compañera se me fue. Mis
hijas me dicen que vaya con ellas. Cuando estoy en su casa sentado siento que
estorbo”.
La soledad es llegar después de una juventud enardecida,
a una senectud de indiferencia. Mirándose sin mirarse.
Soledad es no conocer el tiempo exacto que te queda
para morir. Porque el fluir del tiempo, en el transcurso de la vida, no tendrá
piedad de ti. Campo de minas.
Hay cosas peores que
estar solo
pero a menudo toma décadas
darse cuenta de ello
y más a menudo
cuando esto ocurre
es demasiado tarde
y no hay nada peor
que
un demasiado tarde.
Charles
Bukowski