Habitaban
un piso de hormigón de cuarenta metros cuadrados en dos plantas. La mayoría de
los vecinos disponían de todo el tiempo del mundo. Eran parados de larga
duración con camisetas raídas de tanto usarlas. Personas abandonadas de Dios
que caminaban desnortadas; con la mirada taciturna y defensiva; de hablar solitario
y, sin embargo, dispuestas al griterío.
Eloísa,
su madre, era empleada de hogar. Su hombre, un camionero austríaco, la había
abandonado antes de nacer su hija. Humilde trabajadora en las casas ajenas se
ponía alegre al llegar a la suya. Su
hija le insuflaba vida y por ella hacía lo que fuera necesario. Disfrutaba
sobre todo cuando le hacía la trenza. Tenía un cabello brillante y sano que le
llegaba por debajo de la cintura. Se lo lavaba casi todas las noches con agua
tibia, le aplicaba una gotitas de limón y lo dejaban secar al aire libre.
Después se lo cepillaba dándole diez pasadas.
A
Noelia, que adoraba a su madre, le gustaba decir:
-
Yo soy como mi madre, se cae una tapaera y
me pongo a bailar.
Solo una cosa la
entristecía: las dificultades que pasaba su madre para llegar a final de mes
con lo poco que ganaba.
Lo
hacían casi todo juntas. Mientras paseaban, Eloísa le dijo:
-
Y Jesús, ¿cómo es?
-
No sirve para estudiar.
-
¿Te gusta?
-
Mucho.
-
¿Es buen muchacho?
-
Sí.
-
¿Estás segura hija? ¿No te engañará con
palabras? Si no es formal pasa de él.
-
Sí, mamá.
Un
miércoles por la tarde Noelia llegó a su casa con el pelo rapado. Su madre, con
lágrimas en los ojos, exclamaba:
-
Pero,
¿qué has hecho, hija? ¡Con lo bonito que era tu pelo!
-
Me
lo han cortado y he vendido la trenza a una empresa de Carabanchel Alto. La he
enviado por correo postal certificado.
-
Y…
-
Hacen
extensiones, pelucas, postizos, y los venden.
-
No
es que ahora no estés guapa pero tu pelo, ¡era tan bonito!
-
Mi
cola ha medido sesenta centímetros, ha pesado cien gramos y me han dado cien
euros para ti.
-
Pero,
hija nos íbamos apañando.
-
Mamá, donde falta pan se vende pelo.
-
¡Ay,
hija, qué graciosa y qué buena eres!
En
Navidad, Noelia, que estaba comenzando primero de bachillerato, llegó a su casa
exultante.
-
¡Mamá, mamá! Me han concedido la Beca 6000.
-
¿Y eso cuánto es hija?
-
600 euros al mes durante diez meses.
-
¿Eso es lo que tú querías, no hija? Lo
guardaremos y así te podrás pagar los gastos de universidad.
Cuando
finalizó el curso, allá por junio, ocurrió algo terrible. A Eloísa, yendo a
trabajar, la atropelló un coche en un paso de cebra con tan mala fortuna que,
al caer, dio con la cabeza en el bordillo de la acera.
Noelia
sufrió mucho porque echaba de menos a su madre. Pero no tenía otra solución.
Así que se fue a vivir con su tía Manuela que era una mujer triste. Abrió una
cuenta en un banco a su nombre y al de su tía con el dinero de la beca.
Continuó
sus estudios acabando segundo de bachillerato con buenos resultados. Trataba de
superar la pena. Jesús la animaba todo lo que podía.
Cuando
fue a pagar la matrícula de la universidad descubrió que su tía había sacado de
la cuenta mil doscientos euros.
-
Tita,
¿qué has hecho sacando dinero de la cuenta de la beca?
-
¿Qué
te crees que vas a estar aquí de balde?
-
Ese
dinero lo guardó mi madre para que estudiara la carrera.
-
Si
no puedes estudiar lo siento; la comida es lo primero. Eso es lo que hay
Noelia. Y si no ya sabes.
Noelia
se marchó a la calle llorando y enfurecida. Se encontró con Jesús y le contó lo
que le había sucedido.
-
No
te preocupes, cariño. Encontraremos el dinero para que puedas estudiar.
-
Y
tú, ¿de qué vas a vivir?
-
De
la chatarra, - le contestó Jesús.
-
¿Y
hay chatarra para todo el mundo?