lunes, 22 de abril de 2019

Desvaríos de un demente


No hay dos olas exactamente iguales en el mar. Así es mi mundo interior: caótico y desordenado. ¿¡Cómo vivir mecido por las olas!?

Soy un tipo vulgar; solo podrás tratarme si sientes piedad por los seres disfuncionales.

Es común en los hombres maduros vivir una vieja sensación del deber cumplido solo a medias y del placer solo a medias disfrutado.

Y no olvides que la “mayoría” de los hombres son los muertos. Los vivos son una “minoría”.


El criterio es firme. La opinión es flexible. Si la opinión se guía por el criterio tenemos a una persona con carácter, al modo aristotélico. Si la opinión no se orienta por el criterio es voluble, veleidosa. Estamos ante el tarambana.

El aprecio procede del cariño, el menosprecio de la envidia y el desprecio del odio. Aprecio, menosprecio, desprecio. Hipocresía, ¡qué bien nos movemos entre los tres ámbitos aparentando justamente lo contrario de lo que sentimos!

Cuántos  pagos afectivos son en realidad estafas emocionales que seres ventajistas e inescrupulosos nos recaudan.

Lo que no es rutina es azar: Orden y caos. Providencia divina, planificación humana; todo debe suceder y sucede según lo previsto. ¿Por qué despreciamos el azar de lo natural, de la Naturaleza? Soberbia divina, vanidad humana.


Introduzco ahora una vivencia que no es de mi cosecha:

Facundo Cabral sobre su madre:
“Nunca pudo ser inteligente porque cada vez que intentaba aprender algo, llegaba la felicidad y la distraía”.