viernes, 1 de marzo de 2024

La bolsa o la vida: El afán de ser (II)



                                                                                                  Detalle de la portada de 'El hombre mediocre', editorial Losada.

 

                    “Ser, nada más. Y basta. / Es la absoluta dicha”.

                              (Cántico, Jorge Guillén)

          “Todo hombre es capaz de la más elevada grandeza de espíritu y de la más innoble bestialidad. La última contradicción, la última incoherencia moral que ha observado en mí, para su regodeo si es puritano, no es ni la única ni la más importante. Hay muchas más”.

 

          En la primera parte de “La bolsa o la vida” escribí sobre la ambición. Me inquietaba haber observado entre mis cercanos dos tipos de personas: las que vivían satisfechas y las que seguían la senda del éxito. Por eso me preguntaba sobre los rasgos de unas y otras. Hoy toca escribir a este aficionado diletante sobre el afán de ser; asunto complejo que hay que digerir despacito.

          El afán de ser es el esfuerzo qué con voluntad, con garra, con ahínco, ponemos para alcanzar nuestros deseos y nuestras aspiraciones más profundas. Algunas personas no se conforman con seguir las costumbres y las creencias vigentes; aspiran a ser dueñas de su destino. Porque todos estamos llamados a ser artistas, o al menos artesanos, de nuestra propia vida, para alcanzar la grandeza de espíritu, la excelencia moral.

          Para esto, los seres humanos contamos con algunas cualidades: La voluntad que aporta la energía vital para tratar de alcanzar nuestros anhelos y ampliar nuestras ganas de vivir; la Inteligencia donde se ubica la conciencia: la capacidad de intuir, de pensar, de crear, de contemplar; el Amor que ofrece cordialidad, placer, armonía, belleza. “La alegría es el paso del ser humano de una menor a una mayor perfección. (Ética, Baruch Spinoza).

          A veces, nuestra vida se contrae, se limita. Nos domina el miedo que nos hace recortar nuestras aspiraciones, nuestras pretensiones más profundas y reduce nuestra capacidad de expresar con alegría nuestros sentimientos más sinceros y auténticos. Entonces, vivimos cohibidos, asustados. Y, sin embargo, nada justifica ese estancamiento interior.

 

Conocí a una mujer adulta que prefería a las personas con "la mente despejada". No la entendí en su día. ¿Qué es tener la mente despejada? “Despejar” en la segunda acepción del diccionario de la Rae significa: "aclarar, disipar lo que ofusca la claridad". Porque hay pensamientos oscuros, confusos, fantasmales, que ocupan un sitio en nuestra mente. Y hay que “desocuparlos” (primera acepción), sacarlos de nuestra mente, ampliando nuestro ser. Dejar libre nuestra mente de todo lo que constituye un estorbo, una obstrucción o un peligro. Aligerar la densidad, el peso de nuestra mente. Para que nuestra conciencia sea más libre y brillante. La alegría existencial equivale a la conciencia íntima de estar creciendo.

 

Las personas perseveramos en el “ser”. Solo he visto, con una pena infinita, como algunos mayores van desconectando progresivamente del mundo: rostro impasible, mirada perdida, oídos insensibles, pérdida de la atención; el mundo ya no va con ellos; para, poquito a poco, ausentarse hasta de sí mismos.       

 

José Ingenieros, médico psiquiatra, farmacéutico y filósofo, escribió en 1913 “El hombre mediocre”, una joyita de ensayo, de una creatividad extraordinaria, o al menos a mí me lo parece. Decía: “Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el medio, como cera fundida en el cuño social”. Y de este modo, construía una tipología de los hombres:

 

          • Rasgos del “hombre mediocre”: Hay personas que prefieren vivir en una “aurea mediocritas”, una “mediocridad dorada” cuyas características podrían ser: buen apetito, animal doméstico, nacido para consumir, ordenado, aferrado a sus costumbres, misoneísta (aversión a lo nuevo), respetuoso de toda autoridad; parlanchines, ocultadores de sus sentimientos e intenciones, activos por la senda del enchufismo; perezoso intelectual, desprovisto de fantasía, hombre con principios ligeros y opiniones volátiles.

          • Rasgos de los “hombres con ideales”: Los hombres con afán de ser dan vida, aumentan la vitalidad de los demás. Sus características serían: bondadosos, capacidad de acompañar, contagian confianza, buscan el bien, prestos a elogiar a los otros; testarudos y valientes; deseosos de autonomía, independientes, no rehúyen la soledad; inquietos, buscan la excelencia; innovadores, con imaginación creadora, críticos; armonía, paz interior.

          El hombre real combina normalmente rasgos de ambos tipos. No obstante, el hombre excelente es el que posee las luces del intelecto y la grandeza de corazón. Lo habitual en los hombres excelentes es brillar por alguna de estas aptitudes. Son escasos los talentos completos. Hemos conocido personas de una capacidad intelectual importante, que no destacan en virtud alguna, y hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.

Principios que orientan el afán de ser:

          • La generosidad: Es la actitud contraria de la ambición. Esta trata de acaparar. El generoso trata de soltar, de dar o compartir con los demás sin esperar recibir nada a cambio.  La generosidad tiene que ver con la riqueza del corazón, la tacañería con la riqueza del bolsillo. Ser generoso es estar abierto de cuerpo y alma.

          La generosidad es el término medio entre la prodigalidad (derroche, despilfarro) y la avaricia, exceso y defecto respectivamente. Son avaros los que se afanan por las riquezas más de lo debido. El avaro intenta sacar provecho de todas partes. Son pródigos los que gastan sin freno hasta el punto de poder arruinarse.

          La generosidad no consiste en la cantidad de lo que se da, sino en la disposición del que da. Puede ser más generoso el que da menos si su fortuna es menor.

          • La benevolencia: Significa “hablar bien” de las personas, alabarlas, enaltecerlas; desear a los otros: salud, larga vida, suerte, fortuna, felicidad. Al “bendecir” a los otros generamos energía y pensamientos llenos de luz, que, posteriormente, regresan a nosotros de muy distinta manera.

          • El criterio es firme, la opinión flexible: Muchas personas estamos siempre “rumiando” pensamientos, con un intenso diálogo interno cargado de representaciones, impulsos y pasiones. Esto nos impide pensar con serenidad y objetividad.

El criterio personal, el principio rector, la luz que ilumina la vida, reside en la Razón; pero para los clásicos, para la mayoría de los estoicos, la Razón no reside únicamente en la cabeza, sino también en el corazón, en el saber del corazón. Le llamaban la “divinidad interior” o el “habitante del pecho”, que nos acercaba a la verdad, la belleza y el bien.

El criterio se enriquece desde el silencio interior, desde la intuición silente, desde dentro hacia fuera, y nos ayuda a agudizar nuestra sensibilidad y hace que nuestros pensamientos sean más penetrantes y profundos.

• El individualismo como actitud: El temperamento individualista niega el principio de autoridad, rechaza cualquier imposición, desprecia cualquier jerarquía que no se base en un mérito verificado. El temperamento individualista mantiene una postura crítica respecto de los dogmas y los falsos valores de las mediocracias.

          •Autarquía: Significa depender solo de sí mismo. Conseguir la independencia de cualquier cosa externa: solo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia. Requiere la autosuficiencia económica y necesitar de la menor cantidad posible de requisitos para vivir la vida. Centrar el bienestar en la utilización de los propios recursos y en la práctica de la virtud.

          • Ataraxia: Es la ausencia de turbación en el alma. Se trata de disminuir la intensidad de las pasiones y deseos que puedan alterar el equilibrio mental y también de la fortaleza frente a la adversidad. Se trata de alcanzar la imperturbabilidad, la serenidad, reduciendo los miedos. Para los estoicos la ataraxia se aprende consiguiendo diferenciar entre las cosas que dependen de la propia persona de las cosas que no dependen de nosotros. El progreso hacia la serenidad solo es viable cuando los bienes por los que legítimamente nos inclinamos son “preferencias” y no “exigencias” que han de ser satisfechas por la realidad o por los demás.

          • La libertad interior y espiritual se antepone a la política. La felicidad humana, si bien está relacionada con las instituciones sociales, es un asunto básicamente de ética personal. No obstante, quien pretenda ser útil al ser humano no puede ignorar los procesos político-sociales.  

• Recuperar la capacidad de ensoñación: Ensoñar, según el diccionario de la RAE significa: “Imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue o se anhela”.

¡Qué pasen un buen día con su “honorable” mascota! Yo voy a dar un paseo con Caos.

"Cuando el ruido del mundo te sea extraño

y seas un extranjero entre los hombres,

escucha atentamente los acordes de tu vida,

la melodía que surge de tu propio espíritu».

 

(Stefan Zweig, “Grandeza serena”)

 

 

 

 

 

 

 

         

         

         

 

         

 

La bolsa o la vida: La ambición (I)


                                                                                                        'El avaro', de Jan Havickszoon Steen

 

¡La bolsa o la vida! ¡No, no se asuste! No voy a asaltarlo por los caminos, no soy ningún bandolero. Aunque podría ser José María “El Tempranillo”. Esta famosa expresión, la bolsa o la vida, atribuida a los bandoleros españoles que asaltaban en los caminos de Sierra Morena, tiene que ver con los deseos, las aspiraciones que han tenido los hombres desde siempre.

Porque el deseo anhela el amor, pero también el poder y la riqueza; es vida y muerte entremezcladas; y por eso se presenta siempre de modo incoherente, misterioso, contradictorio. Todo hombre es capaz de la de la máxima grandeza y de la mayor bestialidad. Según el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677), el hombre se esfuerza por perseverar en su ser, mediante la energía y el esfuerzo que surgen del deseo que es la esencia misma del hombre. De este modo, la finalidad de la ética sería potenciar la realización del ser humano como persona. Por contra, la sociedad actual está presidida por una premisa: “Quien no tiene, no es”; si no se tiene “x” cosa en la sociedad consumista, el ser humano no es nada; o, dicho de otra manera, a medida que se tiene más dinero se es más persona. Hace depender la realización del ser humano exclusivamente de su realidad material.

Se trata del dilema “tener” o “ser”, ambición o grandeza de espíritu. La ambición es el deseo ardiente de poseer riquezas, fama, poder u honores. Se asocia a los delirios de grandeza, a las ansias de disfrutar de situaciones que no están, al menos actualmente, a nuestro alcance. La grandeza de espíritu es una cualidad de la persona que es digna de admiración y respeto por sus valores, especialmente su generosidad: es una persona noble de corazón. Se trata del afán de ser, de superarse en las capacidades y actitudes que cada uno tiene.

 Pero no se trata de hacer puritanismo, la realidad siempre es compleja. Por tanto, no trataré de contraponer, de enfrentar radicalmente “el tener o el poder” y el “ser”. No me interesa una falsa humildad católica que preconiza el rechazo de toda ambición y en la práctica se asocia con el poderoso; ni un hipócrita laicismo que está deseando un palio para colocarse debajo. Cualquier ser humano razonable desea prosperar, pero cuida en todo momento su crecimiento personal. Una ambición humana moderada es un ingrediente necesario para el crecimiento personal. ¿Es una ambición perversa que tus padres deseen que tú mejores su posición económica o profesional? ¿Es una ambición maligna tratar de convertirse en una virtuosa pianista? Valgan estos ejemplos.

Acaso lo pernicioso sea anteponer radicalmente los intereses económicos particulares a ciertas obligaciones comunitarias relacionadas con las necesidades sociales; o dar prioridad a los intereses financieros por encima de los derechos humanos. Un hombre que se ocupa exclusivamente de aumentar sus riquezas es un hombre sin alma; la codicia le corroe el espíritu.

Por tanto, voy a tratar de esbozar en este artículo (I) los lugares por donde se desenvuelve la ambición y en uno posterior (II) los espacios propios de la realización del ser humano.

El marco de la ambición

La codicia, la avaricia, es propia del hombre ambicioso en exceso. Su vida es aburrida y triste porque solo ve lo que le acarrea dinero. Únicamente se aviva, se despierta cuando recorre sendas económicas; o dejando de transitar por avaro, por miserable, caminos costosos. Son personas de acción, pocos dadas a la lírica y a la reflexión, que destinan su vida de manera agónica a la acumulación. La propiedad privada está unida al sentir colectivo, pero el codicioso, el avaro, dice: “Democracia, sí; pero cada uno con su cuenta corriente”.

La energía del deseo se traslada entonces al juego competitivo de la economía, de los fondos de inversión, del negocio. Y entonces el avaricioso ha de correr cada vez más rápido para mantener el ritmo de competición con todos los demás. Le abruma su exitómetro interior. Vencer es el imperativo categórico del que participa en el juego económico.

El arte de medrar: Ha comenzado la escalada, la subida de peldaños de una posición a otra superior. Muchos intentan culminar la escalera y fracasan. Pero otros, si se les deja subir, se aferrarán al reino del poder y la plata. Aunque cuando suben a ese peldaño que ansiaban y llegan a alcanzar el liderazgo a través de los codazos, de la conspiración, su posición se hace inestable como ha resultado ser la de su predecesor en el puesto. Así le ocurre a Macbeth, el personaje de Shakespeare, qué habiendo usurpado el trono, siente el miedo y la angustia de una futura conspiración similar a la suya. Es el principio de la circularidad del poder: si el anterior rey ha caído por él, ¿por qué alguien no podría hacerle caer a él? ¿Acaso es el riesgo de morir de éxito? Tanto el protagonista como su instigadora esposa lady Macbeth comienzan a cruzar el territorio de la demencia y del síndrome paranoico.

Algunas estrategias de la codicia

El alpinista político no mira a los ojos, mira al horizonte; las pestañas no le parpadean: los músculos de la cara están tensos; actúa de acuerdo con el refrán: “Ojo de lince, paso de buey, diente de lobo y hacerse el bobo”; indiferente, glacial, impasible; como la efigie de un dios. Por eso, descubrir al hombre perverso que puede haber detrás conlleva mucho tiempo.

El codicioso eligió en algún momento de su vida, quizá desde pequeño, dedicarse exclusivamente a los objetos: el poder, el estatus, la fama, el dinero. No le importa utilizar a los compañeros como trampolín para saltar al siguiente peldaño. Considera que es ley de vida aprovecharse de las personas. Carece de principios éticos y de sentimientos. Solo se puede ser ambicioso si no se sufre.

El superior desdeña los roles inferiores y la compañía de gente despreciable. Elige los defectos personales de su adversario para ridiculizarlo. Fabrica odio sin descanso, es su hábitat natural.

          Alrededor del poder pululan los babosos pelotillas y aduladores. Pero el que alaba está solicitando favores y ventajas, es en el fondo un mendigo.

En los regímenes autoritarios y también en algunos democráticos existe la figura del chivato que se aposta donde concurre la gente para denunciar a los que contradigan al poder dominante. También cumplen la función inversa actuando de correveidiles cuando al poderoso le interesa mejorar su reputación o para propagar algún chisme de un oponente, muchas veces de connotación sexual. Además, todo inferior en la pirámide organizativa está obligado a informar a su superior no solo de los aspectos técnicos sino también de todo lo relacionado con la vida privada de los subordinados que le pueda afectar.

Una empresa despide a un trabajador. Su puesto lo ocupa un miembro de la familia de un concejal y este, a su vez, coloca en el ayuntamiento a un miembro de la familia del empresario. Es la política del nepotismo: enchufar a los parientes en los empleos públicos o privados. Por eso es conveniente tener “una lista de contactos”.

El poderoso se vuelca con cada uno durante las entrevistas: con el banquero, con el político, con el empresario, con el obispo… prestándole toda la atención al negocio que se traen entre manos, y aunando los métodos del pedagogo con las tácticas del espía.

Plauto decía que “el hombre es un lobo para el hombre”. Por eso la mayoría vive a la defensiva, acaso con miedo. Solo la minoría vive al ataque, practica la ambición.

La autoridad moral se basa en la capacidad y se adquiere con el respeto y la ejemplaridad; y ayuda a desarrollarse a las personas. La autoridad irracional se basa en la fuerza y explota a la persona sujeta a esta. Su energía motivadora es la agresividad.

          “El dinero tiene la curiosa propiedad de que, siendo a veces causa, medio y efecto de los delitos más horrorosos, él sale de ellos indemne, limpio de polvo, paja y sangre, joven, inmaculado e inocente, listo para ser puesto otra vez en circulación y ser amado de nuevo, cual virgen perpetua y siempre muda, que se vende al mejor postor sin decir ni pío”. (La ambición, Emilio López Medina, Univ. De Jaén).