Detalle de la portada de 'El hombre mediocre', editorial Losada.
“Ser, nada
más. Y basta. / Es la absoluta dicha”.
(Cántico, Jorge Guillén)
“Todo
hombre es capaz de la más elevada grandeza de espíritu y de la más innoble
bestialidad. La última contradicción, la última incoherencia moral que ha
observado en mí, para su regodeo si es puritano, no es ni la única ni la más
importante. Hay muchas más”.
En la primera parte de “La bolsa o la vida” escribí sobre
la ambición. Me inquietaba haber observado entre mis cercanos dos tipos de
personas: las que vivían satisfechas y las que seguían la senda del éxito. Por
eso me preguntaba sobre los rasgos de unas y otras. Hoy toca escribir a este aficionado
diletante sobre el afán de ser; asunto complejo que hay que digerir despacito.
El afán de ser es el esfuerzo qué con voluntad, con garra,
con ahínco, ponemos para alcanzar nuestros deseos y nuestras aspiraciones más
profundas. Algunas personas no se conforman con seguir las costumbres y las
creencias vigentes; aspiran a ser dueñas de su destino. Porque todos estamos
llamados a ser artistas, o al menos artesanos, de nuestra propia vida, para
alcanzar la grandeza de espíritu, la excelencia moral.
Para esto, los seres humanos contamos con algunas
cualidades: La voluntad que aporta la energía vital para tratar de alcanzar
nuestros anhelos y ampliar nuestras ganas de vivir; la Inteligencia donde se
ubica la conciencia: la capacidad de intuir, de pensar, de crear, de contemplar;
el Amor que ofrece cordialidad, placer, armonía, belleza. “La alegría es el paso del ser humano de una menor a una mayor
perfección. (Ética, Baruch Spinoza).
A veces, nuestra vida se contrae,
se limita. Nos domina el miedo que nos hace recortar nuestras aspiraciones,
nuestras pretensiones más profundas y reduce nuestra capacidad de expresar con
alegría nuestros sentimientos más sinceros y auténticos. Entonces, vivimos
cohibidos, asustados. Y, sin embargo, nada justifica ese estancamiento
interior.
Conocí a una mujer adulta que prefería a
las personas con "la mente despejada". No la entendí en su día. ¿Qué
es tener la mente despejada? “Despejar” en la segunda acepción del diccionario
de la Rae significa: "aclarar,
disipar lo que ofusca la claridad". Porque hay pensamientos oscuros,
confusos, fantasmales, que ocupan un sitio en nuestra mente. Y hay que “desocuparlos” (primera acepción),
sacarlos de nuestra mente, ampliando nuestro ser. Dejar libre nuestra mente de
todo lo que constituye un estorbo, una obstrucción o un peligro. Aligerar
la densidad, el peso de nuestra mente. Para que nuestra conciencia sea más libre
y brillante. La alegría existencial equivale a la conciencia íntima de
estar creciendo.
Las personas perseveramos en el “ser”. Solo
he visto, con una pena infinita, como algunos mayores van desconectando
progresivamente del mundo: rostro impasible, mirada perdida, oídos insensibles,
pérdida de la atención; el mundo ya no va con ellos; para, poquito a poco,
ausentarse hasta de sí mismos.
José Ingenieros, médico psiquiatra,
farmacéutico y filósofo, escribió en 1913 “El
hombre mediocre”, una joyita de ensayo, de una creatividad extraordinaria,
o al menos a mí me lo parece. Decía: “Muchos nacen;
pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados
por el medio, como cera fundida en el cuño social”. Y de este modo,
construía una tipología de los hombres:
• Rasgos del “hombre mediocre”: Hay personas que prefieren
vivir en una “aurea mediocritas”, una “mediocridad dorada” cuyas
características podrían ser: buen apetito, animal doméstico, nacido para
consumir, ordenado, aferrado a sus costumbres, misoneísta (aversión a lo nuevo),
respetuoso de toda autoridad; parlanchines, ocultadores de sus sentimientos e
intenciones, activos por la senda del enchufismo; perezoso intelectual,
desprovisto de fantasía, hombre con principios ligeros y opiniones volátiles.
• Rasgos de los “hombres con ideales”: Los hombres con afán
de ser dan vida, aumentan la vitalidad de los demás. Sus características
serían: bondadosos, capacidad de acompañar, contagian confianza, buscan el
bien, prestos a elogiar a los otros; testarudos y valientes; deseosos de
autonomía, independientes, no rehúyen la soledad; inquietos, buscan la
excelencia; innovadores, con imaginación creadora, críticos; armonía, paz
interior.
El hombre real combina normalmente rasgos de ambos tipos. No
obstante, el hombre excelente es el que posee las luces del intelecto y la
grandeza de corazón. Lo habitual en los hombres excelentes es brillar por
alguna de estas aptitudes. Son escasos los talentos completos. Hemos conocido
personas de una capacidad intelectual importante, que no destacan en virtud alguna,
y hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.
Principios
que orientan el afán de ser:
• La generosidad: Es la actitud contraria de la ambición.
Esta trata de acaparar. El generoso trata de soltar, de dar o compartir con los
demás sin esperar recibir nada a cambio. La generosidad tiene que ver con la riqueza
del corazón, la tacañería con la riqueza del bolsillo. Ser generoso es estar
abierto de cuerpo y alma.
La generosidad es el término medio entre la prodigalidad
(derroche, despilfarro) y la avaricia, exceso y defecto respectivamente. Son
avaros los que se afanan por las riquezas más de lo debido. El avaro intenta
sacar provecho de todas partes. Son pródigos los que gastan sin freno hasta el
punto de poder arruinarse.
La generosidad no consiste en la cantidad de lo que se da,
sino en la disposición del que da. Puede ser más generoso el que da menos si su
fortuna es menor.
• La benevolencia: Significa “hablar bien” de las personas,
alabarlas, enaltecerlas; desear a los otros: salud, larga vida, suerte,
fortuna, felicidad. Al “bendecir” a los otros generamos energía y pensamientos
llenos de luz, que, posteriormente, regresan a nosotros de muy distinta manera.
• El criterio es firme, la opinión flexible: Muchas
personas estamos siempre “rumiando” pensamientos, con un intenso diálogo
interno cargado de representaciones, impulsos y pasiones. Esto nos impide pensar
con serenidad y objetividad.
El
criterio personal, el principio rector, la luz que ilumina la vida, reside en
la Razón; pero para los clásicos, para la mayoría de los estoicos, la Razón no
reside únicamente en la cabeza, sino también en el corazón, en el saber del
corazón. Le llamaban la “divinidad interior” o el “habitante del pecho”, que
nos acercaba a la verdad, la belleza y el bien.
El
criterio se enriquece desde el silencio interior, desde la intuición silente,
desde dentro hacia fuera, y nos ayuda a agudizar nuestra sensibilidad y hace
que nuestros pensamientos sean más penetrantes y profundos.
•
El individualismo como actitud: El temperamento individualista niega el
principio de autoridad, rechaza cualquier imposición, desprecia cualquier jerarquía
que no se base en un mérito verificado. El temperamento individualista mantiene
una postura crítica respecto de los dogmas y los falsos valores de las
mediocracias.
•Autarquía: Significa depender solo de sí mismo. Conseguir
la independencia de cualquier cosa externa: solo aquel que a nada está ligado,
a nada debe reverencia. Requiere la autosuficiencia económica y necesitar de la
menor cantidad posible de requisitos para vivir la vida. Centrar el bienestar
en la utilización de los propios recursos y en la práctica de la virtud.
• Ataraxia: Es la ausencia de turbación en el alma. Se
trata de disminuir la intensidad de las pasiones y deseos que puedan alterar el
equilibrio mental y también de la fortaleza frente a la adversidad. Se trata de
alcanzar la imperturbabilidad, la serenidad, reduciendo los miedos. Para los
estoicos la ataraxia se aprende consiguiendo diferenciar entre las cosas que
dependen de la propia persona de las cosas que no dependen de nosotros. El
progreso hacia la serenidad solo es viable cuando los bienes por los que
legítimamente nos inclinamos son “preferencias” y no “exigencias” que han de
ser satisfechas por la realidad o por los demás.
• La libertad interior y espiritual se antepone a la
política. La felicidad humana, si bien está relacionada con las instituciones
sociales, es un asunto básicamente de ética personal. No obstante, quien
pretenda ser útil al ser humano no puede ignorar los procesos
político-sociales.
•
Recuperar la capacidad de ensoñación: Ensoñar, según el diccionario de la RAE
significa: “Imaginar, generalmente con
placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la
realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se
persigue o se anhela”.
¡Qué
pasen un buen día con su “honorable” mascota! Yo voy a dar un paseo con Caos.
"Cuando el ruido
del mundo te sea extraño
y seas un extranjero entre los hombres,
escucha atentamente los acordes de tu vida,
la melodía que surge de tu propio espíritu».
(Stefan Zweig, “Grandeza serena”)