El mar fluye y el árbol crece, sin contradecirme ni asentir.
Sin desdeñar la belleza
prefiero el atractivo, el buen gusto, el trato agradable y el humor. Esa gracia
que permanece en el tiempo.
Él y ella, ella y él, aún
tenían tiempo de cogerse de la mano y del brazo para ayudarse a llegar
acompañados a la otra acera de la muerte.
Me gustan más las palabras
ingrávidas, vaporosas, que me sugieren, que me inspiran, que me despiertan
sentimientos, que me hacen volar; no así los mensajes contantes y sonantes,
cerrados, que se quedan ahí, como palabras muertas. Me ahogan.
Soy como la mayoría de la
gente: No sé cómo se hacen las cosas. Pero... juzgarlas... ¡de maravilla! No
hay nada más peligroso que un ignorante motivado.
Tenemos el espíritu
distorsionado, enfermo, del exceso de información inútil. Odio el dataísmo (la
adoración de los datos) y el análisis, la nueva religión del big data y la
inteligencia artificial. Prefiero a un vidente africano antes que a un analista
de datos para predecir el futuro.
En el viaje de la vida
prefiero un caminar sintético en lugar de analítico: me doy por satisfecho con
las ideas que fluyen por mi mente sin necesidad de diseccionarlas.
Amar se expresa en el respeto, desde lo más
cerca posible, a la persona completa, con sus virtudes y sus vicios, sus
grandezas y sus miserias, sin excluir nada.