sábado, 18 de noviembre de 2023

Retrato de "EL Encogío"



 

"Cualquier orden es un acto de equilibrio de extrema precariedad".

(Walter Benjamin)

La Tierra es unos 100 trillones de veces más pequeña que el Universo. Un hombre aislado ocupa 0’15 metros cuadrados, de los 510 millones de kilómetros cuadrados de la superficie de la Tierra.

Valgan este par de datos para sugerirnos la presencia en el mundo de lo macro y lo micro, lo global y lo local, lo gigantesco y lo enano. No obstante, no es intención de este humilde escritor diletante detenerse en datos cuantitativos, ni tratar de alcanzar el menor grado de rigor científico. Solo pretendo trazar a vuela pluma algunos rasgos de tipos humanos inventados, de una forma más cercana a la retórica que a la ciencia. Estos tipos humanos nada tienen que ver con las tallas físicas, por ejemplo, de las camisas: S, M, L, XL, etc, sino más bien con rasgos de carácter o de personalidad. Y aquí sí que tenemos tres tallas: "El encogío", "La media" y "El estirao".

Pues bien, nuestro hombre entrañable de esta historia era un vecino de una ciudad del Sur. Se llamaba Lucio Merluzo, aunque los vecinos del barrio lo apodaban "El encogío" porque era la mínima expresión de ser humano. Pequeñito, redondo como una bolita que en cualquier momento se pudiera echar a rodar y desapareciera. Arrollado sobre sí mismo, encorvado, con la cabeza y la mirada clavada en el suelo. Solo para contrarrestar su chepa se tensionaba y así podía mantener el equilibrio.

Tenía treinta y cinco años. Trabajaba de eventual en una bodega. Delgado como un sarmiento, callado e introvertido, lacónico de verbo. Andaba con una zancada corta, rígida, lenta.

Nuestro hombre se enervaba ante la presencia de otros seres y se amilanaba ante cualquier autoridad. Tenía por costumbre agachar la cerviz o sacudir la cabeza hacia delante afirmativamente, mecánicamente, a modo de un viejo complaciente. Se cohibía ante la presencia femenina, misteriosa y erótica. Evitaba cruzar la mirada, se reía inquieto, se le secaba la boca, sudaba. Era corto de ánimo.

Su personalidad se había ido achicando tanto que ya no era sino un punto invisible en el universo, acaso el imperceptible átomo. Se contrajo de tal manera que corría el riesgo de que los demás no lo vieran, o acaso aún peor, que no se viera ni él mismo. Mientras la mayoría de los hombres se preguntaban "¿Quién soy yo?", él era incapaz de verse, de describirse. Acaso una idea. En ocasiones un sentimiento. Poco más.

Este apocamiento de "El encogío" se produjo poco a poco, casi sin darse cuenta. Rehuyendo las dificultades de la vida. Narcotizándose con el omnipresente fútbol. Cumpliendo con humildad religiosa los ritos sagrados, En ocasiones se sentía como ausente del mundo. Y así pasaban los días.  

Como agazapado, para que nadie lo viera. Justamente por eso, por pasar desapercibido, como la figurita interior más pequeña de la matrioska, conjunto de muñecas rusas encajadas unas dentro de otras. Sobrevivía secretamente como si no tuviera ni nombre. Como un vagabundo, como un indigente, ignorado por todos; una isla en un universo hostil. Un hombre sin recuerdos ni huellas: ni pasado, ni presente, ni futuro. Un hombre espantado de su soledad; con mucho miedo, sobre todo, de sí mismo. Con un cuerpo desvalido y un alma extraviada.

Pero Lucio no quería ser vagabundo. Se encogía de hombros como dando a entender "que no quería saber nada, que pasaba, que le daba igual todo. Que no quería pensar, que no quería decidir. Que prefería dejarse arrastrar por la vida". Y así, se fue acomodando a una zona de confort cada vez más corta de expectativas, amodorrado como un muerto viviente.

En realidad, nuestro hombre era un "enano mental", más seguramente un "enano moral". No es que le faltara volumen cerebral. Ni de que tuviera "menos" mente. Por el contrario, era inteligente, su altura intelectual era suficiente, pero elegía pensar poco, no ir más allá; no lo necesitaba, vivía feliz. Ya sé que no se dice “enano mental” sino "persona con discapacidad intelectual", pero nuestro "enano mental" no tenía discapacidad alguna, solo que se negaba a utilizar la inteligencia que poseía y en el camino perdía parte de su personalidad, de su ser.

Sin embargo, un sábado por la mañana, estando sacudiendo con un plumero el polvo de una pequeña biblioteca de cinco o seis tomos que le había dejado un tío suyo, eligió un libro y se sentó en un butacón a hojearlo. Se trataba de El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Se sintió alegre y relajado porque cambiar de actividad lo animó y le refrescó la mente. ¡Ya estaba saturado de fútbol! Se sirvió una copa de vino de Jerez y se puso a leerlo.

 

Lo primero que le llamó la atención es que el principito para volar y salir de su asteroide, de su pequeño planeta, se unió mediante unos hilos etéreos a una bandada de pájaros silvestres que lo impulsaron.

Más tarde le llamó la atención lo que el zorro le dice al principito: "Lo esencial es invisible a los ojos. Los ojos están ciegos. No se ve bien sino con el corazón". Lucio se llevó el dedo índice a los labios, miró en derredor y pensó. No se ve con los ojos. Se ve con la mirada, compasiva, emocionada, a los ojos expresivos del otro. Hace tiempo que no me veo, porque no me miro. Me juzgo mal. Hace tiempo que no me ven, tal vez mi rostro es huidizo. ¡Huye de los hombres que no te miran a los ojos cuándo te hablan! ¡Son duros, violentos! ¿Acaso soy feroz, agresivo?  Yo, como la mayoría de los hombres, no sé lo que busco, lo que quiero de la vida. Tal vez no espero nada.

 

Se levantó. Se puso el chaquetón y la gorra. Se dirigió al bar al que acudía con frecuencia. Se sentó en el rincón, en la misma mesa de siempre. Continuó leyendo. El zorro le habla al principito. "El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante… Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa". Y el zorro añade: "… Si quieres un amigo, ¡domestícame!... Mi vida se llenará de sol" "…Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo".

 

"El encogío", echándose para atrás en la silla, pensó que no tenía amigos y que no entendía bien qué era "domesticar". Buscó: "hacer tratable a alguien que no lo es, moderar la aspereza de carácter". Me he vuelto hosco, huraño. Solo cuando escuchamos y atendemos con el corazón a los otros nos sentimos en compañía. Deseo saber que hay un ser que me ama en alguna parte. He perdido la confianza. Necesito proyectarme, salir del desaliento, del abismo. Hacer crecer mis posibilidades, mis expectativas. Sin equivocarme en el camino, sin dejarme engañar por las apariencias.

Con el puño cerrado en la mejilla y el brazo acodado en la mesa sigue pensando. Soy un hombre frágil, débil, vulnerable. Quiero tener amigos. La amistad sosiega, pacifica, ablanda. Dicen que nace de afrontar vivencias en común. Que los amigos de juventud nunca se olvidan. La amistad es como un segundo nacimiento, en este caso comunitario, a la vida.

Siguió leyendo. Una señora que estaba sentada enfrente levantaba la mirada y observaba a Lucio detenidamente. Luego dibujaba en un cuadernito lo que veía. Era morena, el pelo corto, unos cuarenta y cinco años. Sonreía y esbozaba los detalles. Lucio se dio cuenta y sorprendido se ruborizó. Ella acabó su té, cruzó el salón y le dijo: “Espero que no se haya molestado porque haya tomado algunas notas. Me gusta pintar y su imagen leyendo me ha traído recuerdos”. Lucio, casi mudo, le indicó por gestos que podía sentarse.

"Todos tenemos una reserva de fuerza interior insospechada, que surge cuando la vida nos pone a prueba".

(Isabel Allende)

 

 

El perfume del albañil

 


 “La ilusión de mi vida ha sido y es ser un aristócrata de intemperie, un hombre sencillo en lo económico, rico en lo espiritual, y vivo, moral y físicamente, en el aire del mundo”.

          (Hemeroflexia, Andrés Trapiello)

 

          Teresa tuvo la suerte compartida de conocer a Facundo, un albañil cuarentón al que contrató para cambiar el cuarto de baño y la solería de la cocina de su casa junto a su compañero Baldomero, y que venía todos los días oliendo a perfume. ¡Qué insólito! ¡Qué evocador! ¡Acaso el primer albañil de la historia que se perfumaba para trabajar! ¡Olía a gloria! Era alto, fuerte, atractivo; elegante por su belleza, por su forma de pensar, por su manera de moverse.

          De niño Facundo siempre había llevado un libro o una carpeta entre las manos. Le daba compañía frente al mundo. Era un excelente estudiante, pero al morir su padre cuando él tenía dieciséis años y ser el mayor de sus hermanos no tuvo más remedio que hacerse cargo del mantenimiento de la casa. Por eso, se fue de obrero de la construcción con su tío que era encargado de obra. Poco tiempo después de casarse, dejó el equipo provincial de fútbol en el que jugaba. Los fines de semana iba de camping con su mujer y sus dos hijos, una chica y un chico.

          Se ponía, para ir al trabajo, un perfume refrescante, con aceites esenciales e ingredientes de mandarina, menta verde y cedro, de un olor ligero y limpio. ¿Quería tapar el olor a sudor? ¿Estaba enamorado? ¿Tenía un alto concepto de sí mismo? A los pocos días de trabajar allí, cuando Baldomero delante de Teresa lo tildó de cursi, Facundo respondió: “Hay que salir llorado de casa. Ponerme unas gotitas de perfume me da alegría. Salgo a la calle a comerme el mundo.”.  

Los hombres y las mujeres, vistos sin pasión, somos personajes cómicos que avanzamos a trompicones por la vida. Pero Facundo no era un hombre común y corriente. Era un hombre singular, único; fiel a sí mismo, libre. Por la noche miraba a las estrellas fugaces y pedía siempre el mismo deseo: que la belleza impregnara su vida, su destino.

          Con veinte años, hastiado de “hacer lo que no le apetecía” y de “no hacer lo que le apetecía”, Facundo se fue creando su propio mundo ideal, invirtiendo los términos: “haré lo que me apetezca” y “no haré lo que no me apetezca”. Decía: “Por no dar cabida en mi vida a los deseos yo no he sido quien quiero ser”. Y así, observaba que algunos hombres, por debilidad de carácter o por dependencia afectiva de otros, hacían lo que no les convenía. Otros estaban demasiado pendientes de los demás, como si la vida fuera un baile de sociedad en el que uno tuviera que triunfar. Adulando para recibir halagos. Entonces recordó lo que le decía una tía mayor: “Hay que cuidarse de los halagos de otras personas. Yo acaricio a las gallinas antes de retorcerles el pescuezo”.

          Se horrorizaba de la guerra, de la pobreza extrema junto a las grandes fortunas, de las enfermedades… ¡Basura, mucha basura! Y no era capaz de encontrar sentido. Solo le quedaba un camino: expurgar la miseria del mundo y aferrarse con fuerza a los restos de belleza que en el mundo hubiera. Los poetas decían que la poesía estaba en el mundo. Se equivocaban. Lo que estaba en el mundo era la belleza. Había leído al filósofo George Santayana que decía: “Es posible vivir con nobleza en este mundo con tal que vivamos idealmente en otro”. Y eso hizo: Crear su propio mundo.

          Un mundo que diera prioridad a los deseos, a los impulsos que despiertan las ganas de vivir y convierten algunos momentos en instantes divinos. El deseo no es un lujo, es una pasión, una agitación del alma; es responder a una necesidad, a una carencia, a una falta de algo, quizá de sentido; no por hedonismo egoísta e insolidario, sino por supervivencia. Además, no eran solo deseos primarios (comer, follar, acumular, dominar, etc.), sino también anhelos, aspiraciones de orden superior, relacionados con la belleza.

          Decía que la gracia de la vida consistía en tener un trabajo digno, una afición que satisfaga tu gusto y una almohada de calidad para reposar la cabeza. Facundo se reía, cuando Baldomero, más flojo que un “muelle guita”, hablaba de montar una asociación de “desganaos”, de gente sin ánimo de “na”. Por el contrario, Facundo hacía su trabajo gustoso, con ganas, con responsabilidad. Recordaba lo que decía Juan Ramón Jiménez: “Una mecanógrafa, ¿no puede realizar con sus dedos algo tan pulcro, tan exacto, tan bello como un pianista en una sonata?

          A la entrada, a media mañana y a la salida de su horario laboral mantenían charletas que les permitió ir conociéndose poco a poco. Teresa, todas las mañanas, antes de que ellos llegaran a su casa, se pesaba para comprobar si estaba en su peso ideal, se miraba en el espejo del armario del dormitorio para asegurarse de su aspecto saludable y se perfumaba. Y los recibía de manera amable, simpática, atractiva. Baldomero percibía cierta cercanía juguetona entre Teresa y Facundo. Ella, en el tentempié del viernes de la tercera semana de trabajo, les regaló una botella de buen vino a Baldomero y una gorra color camel a Facundo. Éste, confuso, imitando a Chéjov, le dijo a Baldomero ya en privado que le hubiera gustado una esposa que fuera “como la luna”, que desapareciera a intervalos. Porque hay amores secretos que duran toda la vida, por debajo o por encima de los otros.

Baldomero, que era un hombre prosaico y vulgar, no tonto, pero sí poco cultivado, le contó a Facundo que conquistó a “la abuela”, así llamaba a su mujer, comprando “Perfume Rompebragas, Désir Éternel Homme”, con aromas afrodisíacos que añaden feromonas, sustancias químicas que actúan sobre el sistema nervioso y, aunque su percepción es inconsciente, el olor llega al cerebro, despertando emociones y reacciones fuertes. Fue su estrategia de seducción para estimular el deseo sexual de “la abuela”.

Teresa, que sabía por el mismo Facundo que era un amante de las flores, compró unas orquídeas violetas que colocó en un jarrón chino de porcelana encima de la mesa de la cocina dónde celebraban la agradable cuchipanda a mitad de la mañana. Mientras Facundo bebía una cerveza, se alejó un trecho de Baldomero porque olía mucho a sudor hormonal, como de adolescente. Este, que lo notó, rascándose la cabeza con una cucharilla, le dijo: “¡Si los albañiles no sudan!”. Facundo estalló en una carcajada y dijo aplicando el principio de economía del lenguaje “No ni na”.

Facundo jamás quiso ser un filisteo, una persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y con poca sensibilidad artística o literaria. Defendía el derecho a la diferencia de todo ser humano. Por eso, quiso educar su mirada de modo selectivo y autodidacta para escudriñar en la vida exclusivamente la belleza. La hermosura de lo bello que proporciona una sensación de placer, un sentimiento de satisfacción; el equilibrio y la armonía de la naturaleza, de lo humano, de lo atractivo; perfección que combina en las personas “belleza interior” (elegancia, encanto, inteligencia, integridad) y “belleza exterior” (salud, sensualidad, simetría). Por eso, Baldomero le decía: ¡Facundo, que profundo, tan rotundo!, porque nunca renunciaba a sus deseos.

          Huía de las palabras grandilocuentes, de la elocuencia pomposa, de las mayúsculas. En vez de felicidad, prefería bienestar; en lugar de amor, cariño; mejor el encanto a la belleza pura. Y así Facundo decía que la belleza sublime lo aturdía; que prefería la belleza impura, contaminada, sucia; la delicadeza de las pequeñas cosas; el minimalismo. Y así, mientras trabajaba tarareaba canciones o escuchaba música clásica en un transistor que portaba en su maleta de herramientas. Su gusto por la música había crecido por su amistad con un colega que en su tiempo de ocio labraba instrumentos de música medievales. Aunque escuchaba música de todo tipo, sus preferidos eran los Nocturnos de Chopin y el Concierto para piano nº 2 de Rajmáninov. En casa, era un lector consumado de aforismos y novelas policíacas, porque decía que deseaba avivar su imaginación, descubrir lo que de novedoso hay en lo rutinario y vislumbrar los secretos más profundos de la vida. De vez en cuando escribía para sí mismo, no sabía si eran poemas.

          El eslogan que resumía la filosofía minimalista era la famosa paradoja “menos es más”. Aunque a Facundo le gustaba decir “el na le ha ganado al to”, venciendo al triste “to pa na” de Baldomero. Y ponía como ejemplo, personificando, al bíblico David cuando venció al gigante filisteo Goliat con una piedra y una honda, y después con la propia espada del gigante le cortó la cabeza. ¡El pacifista bíblico David! Porque el encanto de lo pequeño consiste en negarse a ser grande. Cuanto más contenga una obra de arte, añadía Facundo, ya sea una pieza musical o literaria, peor será. Claridad y sencillez son los principios del arte, decía. “Menos es más”.

          Al día siguiente de haber acabado la obra, Facundo se dejó caer con un ramo de rosas. Llevaba una dedicatoria que decía: “¡Espléndida Teresa!, ha sido un placer conocerte. Tienes mi número de teléfono. Todas las tardes, sobre las seis, acudo a tomar un té en la cafetería “Coco Chanel”. Firmado: Facundo”. Teresa les abonó su correspondiente salario con un agradable sobresueldo. De Baldomero se despidió dándole la mano y a Facundo le dio dos besos en la mejilla en un intenso abrazo.

La vidente y el "guau" revolucionario

                                               

La vidente y el “guau” revolucionario

                              “No canto porque me escuchen

ni porque oigan mi voz,

canto porque no se junten

la pena con el dolor.

         (Verdial)

 

Ayer fui, como cada semana, a ver a mi vidente, “Latruji” de Chipiona. En una habitación pequeña de luz triste, con unos cortinones rojos enormes, te recibía con sus pelos desgreñados detrás de una mesa camilla de faldones acartonados donde se ubicaba su bola de cristal en el centro. Siempre que iba esclarecía mis asuntillos, me orientaba sobre el porvenir y me contagiaba su paz interior. Poseía un don natural para predecir hechos venideros. Aunque ella decía que eran revelaciones sobrenaturales.

En su calidad de vidente no era una maga charlatana. No, no se equivoquen. Era científica, incluso poética, con abundante capacidad adivinatoria. Así fue, que cuando le dije, como si se tratara de una confesión íntima, que mi mujer estaba muy preocupada porque Luxury, nuestro perro, cuando le decía “hola” por las mañanas o le daba “las buenas noches” ya no brincaba ni saltaba sobre sus piernas, consultando su bola de cristal, dijo que era un asunto común, sociológico, que probablemente todo volvería a sus hábitos naturales. Que, no obstante, en un par de días me mandaría un informe por correo electrónico sobre lo último en la relación entre los hombres y l@s perr@s (en adelante evitaré esta estúpida duplicidad lingüística), que seguramente resolverían el caso particular de mi mujer.

Y así fue. Al día siguiente nos llegó un correo electrónico en el que “Latruji” nos contaba que, paseando con su perro Fox Terrier arropado con el abrigo del Betis, se había encontrado en el chiringuito “Las Tres piedras” de Chipiona a la ministra de Educación, Rubi Triste con la que tenía una larga amistad. Que le había contado como conoció a su marido en un parque público. Él paseaba con su perro labrador “Ron” y ella con su chihuahua “Gala”. Quedaron un día para ir juntos a la Clínica Veterinaria y así se enamoraron. Que todas las noches le contaba a “Gala” la historia de cómo la había conocido. Que tanto amaba a los perros que había propuesto al Gobierno una nueva Ley de Educación. Nos tomamos no sé cuántas copas a cargo del erario público y nos despedimos.

Por fin, varios días después llegó el INFORME titulado “Los perros y los hombres”, debidamente rubricado y sellado por la “IA gpt” (Inteligencia Artificial) y “Latruji”. Decía así:

“En nuestro país, España, según la Fundación Affinity hay 6 millones de perros, lo que supone que en uno de cada cuatro hogares hay un peludo. La presencia de tusos en las familias españolas, que ya era importante antes, creció notablemente con la pandemia.

En Jerez, el perro es la mascota preferida. Según los últimos datos cruzados del Registro Andaluz de Identificación Animal (RAIA) y los del Instituto Nacional de Estadística (INE), en esta ciudad hay registrados 56.800 perros (1.586 de ellos, perros potencialmente peligrosos/as – PPP) frente a 21.405 niños de hasta diez años de edad. Hasta aquí los datos cuantitativos.

No obstante, el Colegio Oficial de Veterinarios subraya que prolifera el número de personas mayores que, para combatir la soledad, abren las puertas de su casa a un compañero de cuatro patas. “Es terapéutico y aconsejable; les hace muy feliz”, dice el órgano veterinario. No solo ayudan a combatir el aislamiento, sino también a superar dificultades de comunicación y a mejorar la autoestima. El Informe concluye que el 30% considera a su mascota mucho más importante que a cualquiera de sus amigos.

“Mascotamanía” indica que hasta un 94% de los niños asegura sentirse mejor si tiene un animal cerca. La gran mayoría de ellos afirma también que dedicaría parte de su tiempo a cuidar de uno, hasta el punto de renunciar a jugar con sus amigos para estar con su mascota. “Mascotamanía” ha realizado un sondeo en el que el 74% de los encuestados afirman que tener un perro en casa tiene un impacto positivo en su salud mental.  

De modo parecido, se consolaba Diógenes cuando afirmó: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perra”. Y sí, hay personas que cuanto más aman a su perro, más aman a las personas con las que viven. Por eso, cuando un miembro de la familia vuelca todo su cariño en el perro, los demás miembros de la familia están contentos. Porque un perro puede expresar más con su cola en minutos que lo que su dueño es capaz de expresar con su lengua en horas.        

Por otra parte, hemos tenido conocimiento de extranjis, de un cambio revolucionario que se va a producir en la educación en España. Se trata del Borrador nº 1 de una nueva ley de Educación consensuada entre todos los partidos que conforman el Parlamento.

BORRADOR Nº 1 DE LA LEY DE EDUCACIÓN DE INTEGRACIÓN DEL “GUAU”:

Justificación de la Ley

Dado el aumento cuantitativo y los cambios cualitativos de la relación entre los canes y los hombres, dado que estos animales han perdido su genética salvaje para adquirir una extraordinaria mansedumbre, el Ministerio de Educación en la persona de su Excelentísima Sra. Ministra Dª Rubi Triste y el Chucho Mayor Bulba, de la Liga para la Defensa de los Derechos Animales (LDDA), partido con representación parlamentaria, han tenido a bien proponer un acuerdo sobre la próxima Ley Educativa. Los cachorros van a pasar de tener una vida aperreada a tener derechos como cualquier ciudadano español. “¡Ya volviste! – dijo la perra. - ¿Qué hiciste hoy? –dijo la dueña. - ¡Te esperé! Eres todo lo que tengo– contesta la chucha. - ¡Ven con mamá! – dijo ella”. Se trata de que los perros, miembros de las familias, no se queden solos en casa, lo que supone una ampliación del concepto de conciliación de vida familiar y laboral. Se trata pues de darles una vida plena y digna.

Para ello habrá que romper con el estereotipo general que discriminaba a los canes: No solo los perros muerden a los hombres, también los hombres muerden a los perros. Por tanto, el hombre será adiestrado adecuadamente para ser el mejor amigo de los canes. No se trata de entrenar a los tusos para que sean semihumanos, sino más bien de que los hombres se abran a la posibilidad de ser más “perros”. Porque los tusos son buenos amigos, no hacen preguntas y nunca critican.

El fundamento teológico de esta Ley seguirá los caminos esbozados por Alphonse Toussenel y Mark Twain. El primero dijo: “Al principio Dios creó al hombre, y viéndolo tan débil, le dio el perro”. Y Twain: “El perro es un caballero. Espero llegar a su paraíso, y no al del hombre”.

Algunas líneas metodológicas de la nueva Ley

En el frontal de todas las aulas estará inscrito el lema del colegio: “Juntos, amor para dos, amor en buena compañía. Si tú eres así, qué suerte que ahora estés junto a mí” (Paloma San Basilio).

 Los perros, dado su altura, se sentarán en la primera fila del aula, y se les adaptarán los pupitres y las sillas correspondientes. Lo harán por orden rigurosamente alfabético. Valga un ejemplo: “Bimba, Coco, Duna, Jack, Kira, Leo, Lola, Luna, Mia, Maya, Max, Nala, Rocky, Simba, Zeus”.

En el primer curso de escolarización se les enseñará a deletrear, escribir y comprender la palabra “amor”. Les resultará fácil si el/la maestr@ es competente, porque ellos, los perros, lo exteriorizan y manifiestan cada día.

A los perros solo les estará permitido ladrar en los recreos. O, excepcionalmente, cuando se celebre su cumpleaños.

Se les educará adecuadamente para que usen el papel higiénico.

Uno de los objetivos más importantes será desarrollar sus potencialidades. Para ello, se crearán situaciones de aprendizaje de oratoria para que modelen su discurso, de canto y armonía para embellecer sus ladridos y de educación física para que puedan participar en las Olimpíadas.

Hermenéutica y semántica del concepto “guau”

 Se trata de investigar qué significa “guau”. Esta será la labor más importante en las clases de filosofía. A medio mundo le gustan los perros y a día de hoy se conoce muy poco qué quiere decir “Guau”. Vamos a ello.

De todo el mundo es sabido que “guau” es una onomatopeya del ladrido del perro. Sin embargo, algunos humanos copiones lo utilizan coloquialmente a modo de interjección. En este sentido, ¡guau! indica admiración ante algo muy grande, muy bueno o muy bonito. Es una expresión de sorpresa, asombro o entusiasmo. ¡Guau, qué cochazo! (Tengan en cuenta que el asombro, la perplejidad, es la base de la filosofía).

Un “guau”, un ladrido, es la voz más común producida por los perros y sus cachorros. Los perros ladran en secuencias largas y rítmicas; frecuentemente y en diversas situaciones, a veces durante horas. Lo hacen para comunicar un mensaje o expresar excitación. Análisis estadísticos han puesto de manifiesto cómo se puede identificar de manera individual a cada perro por su ladrido. Los perros suelen acompañar el ladrido de movimientos corporales, como parte de sus recursos de comunicación. Con un breve movimiento de cola, un perro puede expresar más emociones que algunas personas con horas de charla.

Las clases de filosofía se regirán por el principio sofista de Protágoras: “Los perros y los hombres son la medida de todas las cosas”. Y deben tener cierto nivel porque los canes son seguidores de Kant, son caninos kantianos.

A los perros se les educará según su deseo profesional, según su vocación. En este sentido, habrá que tener en cuenta que la mayoría aspiran a ser funcionarios.

La trufa y la firma de documentos administrativos

La nariz del perro es su huella dactilar. Nos referimos concretamente a la trufa: la parte negra, rugosa, húmeda y sin pelos. Si te acercas mucho, verás que está compuesta por un intrincado patrón de líneas y surcos. No hay dos narices de perros iguales. Esa es su huella dactilar para firmar exámenes y expedientes o documentos oficiales. 

El único punto de discrepancia grave

Que obligará a reunirse de nuevo a la ministra con el chucho mayor, es la educación sexual y la Ley del “Sí es sí”. Bulba solicita, en nombre de sus afiliados, que la Ley pase a llamarse del “No es no”, que explicite que acciones están prohibidas. El sexo, dice, no es solo físico, animal; hay emociones, sentimientos, afectividad, enamoramientos, que son vivencias íntimas de los animales en las que el Estado no debe entrometerse. La ministra lo escucha atentamente y acuerdan crear una comisión que lo estudie y proponga un posible acuerdo.

Ya, al final de la reunión, el Chucho Mayor pregunta de manera informal a la Sra. Ministra: “Mire, no entiendo por qué, entre los humanos, cuando un hombre se amanceba y chinga de manera desordenada y placentera lo llaman “don Juan”, y cuando una chica se amanceba y chinga de manera desordenada y placentera la llaman “perra”. ¡Por favor, no usen el nombre canino en vano!”.

En el primer año de escolarización de los canes, uno de ellos, un “airedale terrier”, por nombre Sócrates, obtuvo el Premio a la Excelencia Educativa, recibiendo como regalo unos snacks saludables y compatibles con su alimentación. La señora alcaldesa lo saludó estrechándole la mano. 

En fin, estoy sudando. Voy a pasear con “Caos”. Necesito recuperar mi equilibrio mental. ¡Uf!


¿Dónde estás corazón?


 “… Lo importante es que la risa agregue algo de alegría, algo de dulzura o de ligereza a la miseria del mundo…”.

(Comte-Sponville)

          Hubo una vez un hombre, Demócrito de Abdera (460 a. n. e. - 370 a. n. e.) al que llamaban “el filósofo que ríe” porque era habitual encontrarlo siempre de buen humor y sonriente. Pensaba Demócrito que la risa tornaba a los hombres sabios, pero sus vecinos, que no llegaban a comprender del todo aquella actitud tan risueña, pensaban que se debía a alguna enfermedad mental, motivo por el cual llamaron al prestigioso médico griego Hipócrates para que lo tratase y lograra darle cura a su extravagante locura. Una vez que terminó de examinar al risueño enfermo, el galeno dijo: “Demócrito ni delira ni está loco, sino que es el hombre más sensato de nuestro tiempo”.

                                       *****

Don Serafín Custodio Bardo era una criatura celeste. Ya en el útero materno tardaba una centésima de segundo en procesar cualquier momento de felicidad que le hiciera sonreír. Su sonrisa, pálida como la luna, era un regalo; como respirar, como oír un canto, como contemplar el firmamento. De pelo rubio oscuro, la cara redondeada y los ojos verde-avellana. Cubría sus largos brazos con una sahariana blanca de lino. Se reía de sí mismo, pues iba a cumplir los sesenta, sin dejar de tener ya, decía, para siempre, los dieciocho. Tenía una agradable amabilidad juvenil que nunca desaparecía de su rostro.

Era una sonrisa angelical, bondadosa y dulce. Un ángel caído del cielo que trajera de allí un olor de enamoramiento. Al sonreír se le achinaban los ojos, se le abría la boca de león y se le redondeaban los cachetes.  La gratitud que brotaba de su ser era como el nacimiento de un río que fertiliza la tierra. Traía una jovialidad espontánea, activa, alegre, como la de un bebé que quisiera agradar a sus padres.

Su conducta surgía de un origen misterioso, por escaso: la inocencia. Vivía en un amanecer permanente. Lo triste, lo funesto no cabía en su manera de entender el mundo. Se indignaba y reaccionaba frente a la injusticia, pero solía ver el lado floreciente de las cosas. Era vivo, despierto, interactivo. Con sangre en las venas. Su sonrisa satisfecha era una protección frente a la intemperie.

Serafín huía de la frialdad humana; le daba vergüenza ajena y náusea. El calor humano son pequeños gestos, una mínima parte del escenario humano, pero junto a otros muchos diminutos detalles contribuye a conformar un paisaje fantástico. Y a ratos, sentía que todo eso se estaba extinguiendo. Había basado su vida en la idea de que la razón reina sobre la tierra, y al final tuvo que aceptar que la inteligencia en realidad no vale casi nada, que los instintos son más fuertes. Que la sociedad tecnocrática, solo aparentemente ordenada, iba a la deriva, a la nada. ¡Pobres personas! ¡Pobre humanidad!

Se enfurecía un momento y enseguida se le pasaba. Movía su cuello articulado adelante y atrás como el gato de la suerte chino mueve sus patas para llamar a la suerte. No conocía otro modo de vivir. Sabía que el jolgorio, la hilaridad conquistan el corazón de las personas; a veces, cuando una broma hacía estallar una carcajada colectiva, se estremecía y cubría su boca con la mano abierta.

Era una persona educada, cortés, de saber estar, de buenas maneras. Se reunía a diario sobre las siete de la tarde en una terraza del centro de la ciudad con varios amigos ya jubilados. Miraba tímidamente a los ojos de las personas. Era capaz de captar lo importante aún sin hablar, como los ciegos ven con sus manos o los sordos oyen con sus ojos. Era sencillo, limpio, afectuoso. Donante de sangre, especialmente en verano cuando hacía más falta. El enfermero que le extrajo la sangre anotó debidamente en una hoja de papel su grupo sanguíneo. Su sonrisa era una anomalía feliz en un mundo tecnológico rígido, caótico y banal. Su alegría, una obra de arte en medio de la calle.

El humor supera en dignidad y grandeza al absurdo de la vida; es una declaración de la superioridad del ser humano sobre lo que acontece, porque reírse de algo es, en cierto modo, estar por encima de ello. Poseer sentido del humor, ver el lado cómico de la vida, es una señal de inteligencia. Serafín Custodio Bardo lo expresaba así: “La inteligencia sin humor es estéril; el humor sin inteligencia es zafio, grosero”. El ingenioso juega, va y viene de lo sensato a lo absurdo; de lo jocoso a lo serio; de lo sublime a lo ridículo; huye de lo moralizante, guardando la equidistancia entre lo frívolo y lo puritano. La risa hace al hombre más humano.

Era un tipo lunático que se ausentaba libremente. Estaba en el mundo, amable, por qué no. Vivir en el mundo sí, pero ausentarse de él, qué placer. Era su fórmula de estar entre las cosas sin estarlo del todo, era un ausente que aparentaba poseer presencia. El diálogo con los demás y con el mundo lo distraía de la conversación consigo mismo. Era un autista cósmico; se reía solo, la forma más absurda y feliz de reírse, sin razón alguna.

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LA VOZ DEL SUR (16 de agosto). La Policía encuentra una furgoneta abandonada en la calle Mozambique

La Policía encontró ayer en la calle Mozambique una vieja furgoneta DKV abandonada, acondicionada con una mesa, tubos de ensayo, varias jeringas nuevas, líquido anticoagulante y otros materiales necesarios para tomar muestras de sangre.

Se considera que, posteriormente, se ha debido llevar a cabo en un centro hospitalario el análisis de la muestra de sangre para realizar el conteo de los eritrocitos, leucocitos y plaquetas, así como la determinación de la presencia de anticuerpos producidos pos enfermedades anteriores. Asimismo, se habrá efectuado el análisis de su composición química para determinar las cantidades de urea, calcio, potasio, hierro y algunas sustancias más.

LA VOZ DEL SUR (17 de agosto). El Ministerio del Interior y Radio Nacional de España dan por desaparecido a un ciudadano

El Centro Nacional de Desaparecidos, organismo dependiente del Ministerio del Interior, ha dado por desaparecido a Serafín Custodio Bardo, el 15 de agosto en Jerez de la Frontera. Su desaparición está catalogada como FORZOSA.

“La persona desaparecida es la persona ausente de su residencia habitual sin motivo conocido o aparente, cuya existencia es motivo de inquietud o bien que su nueva residencia se ignora, dando lugar a la búsqueda en el interés de su propia seguridad y sobre la base del interés familiar o social”. (Consejo de Europa, 2009).

Asimismo, desde Radio Nacional de España se pide la colaboración ciudadana para localizar a Serafín Custodio Bardo, de cincuenta y nueve años, desaparecido el 15 de agosto en Jerez de la Frontera (Cádiz). Si tiene alguna información puede enviar una nota de voz al teléfono de la emisora.

“El tráfico de órganos es una práctica ilegal que consiste en la extracción o retirada de órganos humanos con fines comerciales, usualmente para realizar trasplantes. En las últimas décadas, defensores de los derechos humanos han denunciado casos de presunto tráfico de órganos”.

LA VOZ DEL SUR (18 de agosto). Hallado el cuerpo del ciudadano desaparecido

Ayer al mediodía fue hallado por un matrimonio que paseaba por la Laguna de Medina el cuerpo desangrado y sin vida de un hombre. La Policía acudió rápidamente. El hombre tenía una incisión en el pecho con el esternón abierto por la mitad, habiéndosele extirpado el corazón, probablemente para hacer un trasplante a otra persona.

Dado que el trasplante con violencia requiere de una organización mafiosa clandestina, de una persona con suficiente capacidad económica y de una infraestructura sanitaria adecuada, la Policía ha abierto una investigación. Se sospecha de una familia adinerada y una clínica privada de un magnate ruso especializada en insuficiencias cardíacas, sobretodo en arritmias ventriculares. Al no ser un donador voluntario de órgano se considera presuntamente que se trata de un secuestro forzoso con asesinato.

¡Nefasta fortuna la de Serafín Custodio! Entre cientos de miles de ciudadanos los traficantes de órganos lo han seleccionado a él. Serafín vivía solo dignamente en su piso, mantenía una relación fluida y cariñosa con su familia. Se desconoce cómo han podido averiguar su grupo sanguíneo para que sus órganos sean compatibles.

LA VOZ DEL SUR (21 de agosto). Reaparece una antigua leyenda urbana

La Policía informa a este medio que reaparece una leyenda urbana que tuvo al menos tres siglos de vigencia. Se trata del “hombre del saco”, también llamado “el Sacamantecas”, que supuestamente robaba niños para extraerles la manteca, la grasa corporal. Ésta, que en algunos períodos se trajo de América Latina, se empleaba para la preparación de ungüentos medicinales, para la lubricación de maquinaria y para aliviar las dolencias a los nobles.

martes, 31 de enero de 2023

La intimidad, el refugio sagrado y salvaje

 

                                                            Other Side, de Chiharu Shiota


Converso con el hombre que siempre va conmigo”.

(Retrato, de Campos de Castilla; Antonio Machado)

 “Si la poesía tiene una función social, es habilitar y defender esa intimidad del hombre que estos días se ve avasallada y comercializada”.

(Entrevista de prensa, José Mateos)

         Principio y final

Entonces tenía siete años y un escondite donde me sentía segura. Era un rinconcillo debajo de una escalera. Un espacio pequeño con el techo inclinado y lleno de cachivaches familiares. Se accedía por un patio amplio con el suelo acristalado para dar luz a la oficina que había en el piso inferior. A veces, cuando entraba, me encontraba con los juguetes de mi hermano desparramados por el suelo. Los echaba en una cesta y me ponía a jugar con mis muñecas: una rubia resplandeciente como el sol del día y una morena misteriosa como la luna de la noche. Hablaba con ellas: “¿Te gusta el vestidito que te he puesto?” “Mamá te va a reñir si no te portas bien”. Otras veces les enseñaba mi lenguaje secreto: “Piyo, piso, piy, pibo, pini, pita. Algunas veces me disfrazaba y bailaba. Mientras estaba en mi guarida mi madre me dejaba tranquila. Cuando acostaba a mis muñecas les daba besitos para que durmieran bien. Era mi refugio, mi cobijo, mi rincón feliz.

Como a papá lo trasladaban mucho en su trabajo me quedé sin mi primer refugio. Entonces, en la casa nueva, ya adolescente, me encerraba en mi habitación. Allí tenía mis cosas, mis cuadernos, mis libros. Era mi cabaña, donde me aislaba del mundo y mi mente divagaba soñadora. Pasaba días muy tristes que creía que me iba a morir y otros muy alegres, eufórica, como las flores en primavera. Mi madre lo llamaba “fluctuación de ánimo” y decía que tenía que aprender a encauzar mis sentimientos. No entendía qué era “encauzar”. Pero escribía un diario personal, lentamente, como se cultivan las plantas; lo escondía en una bota vieja que guardaba en un rincón del armario.

Ya de mayor, un día en una marquesina donde esperábamos el autobús, vi a mi padre ensimismado, un tanto melancólico, acaso triste. Apoyaba su hombro en la cubierta de la parada del autobús y su rostro decaído mostraba los ojos rodeados por una aureola gris y sombría. Le pregunté: ¿Papá te pasa algo? Y mi padre me dijo: “Hija, hay que cosas que no te puedo contar”. Entonces supuse, ya adulta, que en la intimidad están las heridas que la vida te va dejando por dentro, heridas que no sangran, pero te dejan un hondo y perenne silencio. Pensé que los mayores tienen secretos, cicatrices íntimas, tal vez crónicas negras, que son como sogas que se les ajustan alrededor del cuello.

Hombre de acción y hombre reflexivo

         Hay, en la vida ordinaria, hombres de acción y hombres reflexivos. Los activistas puros corren y galopan con la lengua fuera como un caballo desbocado, se dispersan, se disgregan, se desparraman entre las apariencias y las exterioridades. Son seres que se diluyen en el movimiento vertiginoso del mundo y viven la vida exclusivamente como un quehacer productivo. Son personas que desprecian o ignoran la mitad de su ser, su intimidad: el transcurrir ilusionado o triste de sus sentimientos, el observar y recrear en su mente la belleza o la inmundicia del mundo, o la capacidad de proyectar serenamente su futuro, de ponderar las decisiones que va tomando en su vida, de disfrutar de su propio tiempo. Desdeñan los detalles de la vida: los deseos propios y ajenos, las miradas alegres o afligidas, las palabras, los gestos.

Lo íntimo, lo privado y lo público

Toda persona tiene tres tipos de actuaciones: públicas, privadas e íntimas. Lo único que de cada cual pertenece a los demás son nuestras actuaciones en el ámbito público. Nuestra vida privada e íntima pertenece a cada uno y nadie puede penetrar en ellas sin nuestro permiso.

Las actuaciones públicas son perfectamente observables. A través de este ámbito público se conocen los comportamientos y las decisiones de las personas en sociedad que, en cierta medida, han de ajustarse a las normas colectivas. En este ámbito público, las relaciones suelen ser impersonales, frías, distantes.

Las actuaciones privadas engloban lo que hacemos en un escenario semipúblico (la familia, la calle, el bar…). Requieren por lo menos de la presencia de dos actores con los que interaccionamos libremente y no tienen relevancia social; podrían ser observables si no se pone cuidado o hay algún voyeurista que esté interesado, como en el caso de los paparazzis. En la vida privada, las reglas son más autónomas ya que están propuestas por quienes las comparten y son más fáciles de transgredir. Por otra parte, las relaciones son personales, con nombre propio y trato directo.

La vida íntima no es observable, esquiva la intromisión de terceros y no es razonable valorarlas moralmente. Tanto valor tiene tu intimidad como la de los demás. Por ello, es un gesto de responsabilidad ser una persona prudente y discreta a la hora de valorar y juzgar la vida de los demás. Es el ámbito de la toma de decisiones y solo se puede entrever por lo que el sujeto dice o hace en el ámbito público o privado. En la vida íntima las reglas no son necesarias.

Admirar, envidiar, amar, odiar, fantasear, imaginar, proyectar, suponer, reír, llorar, soñar, jugar; el ser, el tiempo, el camino, el sueño, el inconsciente, la luz y la sombra, el miedo a la noche, el absurdo, la nada, el vacío, el sinsentido, la soledad, la muerte; lo sagrado y lo salvaje; son vivencias y reflexiones del sujeto meramente internas, que no tienen relevancia social y que no pueden ser conocidas por nadie. Lo curioso es que a veces no son conocidas ni por el propio sujeto. La intimidad puede inferirse a través de lo que dice o hace la persona, pero nada acerca de lo íntimo es comprobable.  

Dilema del erizo

 El dilema del erizo es una parábola escrita en 1851 por Arthur Schopenhauer en la obra ‘Parerga y paralipómena’.
En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).
          La idea que esta parábola quiere transmitir es que cuanto más cercana sea la relación entre dos seres, más probable será que se puedan hacer daño el uno al otro, al tiempo que, cuanto más lejana sea su relación, tanto más probable es que sientan la angustia y el dolor de la soledad;
lo mismo que los humanos que buscamos la compañía de los demás para no perecer de soledad y hastío, pero que no podemos frecuentarnos demasiado de cerca sin herirnos unos a otros con nuestros intereses y ambiciones opuestos.

La forja de la ética personal desde el refugio 

El ser humano vive desplegando dos movimientos: Proyectarse y Replegarse.  Por el día se proyecta, sale a trabajar, ejecuta sus planes; por la tarde-noche se repliega, se recoge en la casa. Por ese repliegue el hombre se aleja de la locura y la frialdad del mundo para recuperar cierta cordura y calor. La intimidad es hogar. De este modo la persona se singulariza; se aleja de la disgregación, de la dispersión en la masa; se desenvuelve entre el ensimismamiento (estar en permanente intimidad) y la alteración (estar fuera de sí).  

Cada persona es un ser único, tiene una personalidad propia: criterios, sentimientos, valores, gustos... Desde la intimidad una persona da forma a su propio estilo de vida: su ritmo, su creatividad; que no dispensa de las obligaciones frente a las costumbres generales de la sociedad, pero que va más allá orientándose hacia un estilo de vida personal. Sus sentimientos y sus valores le señalan si algo es adecuado o no, si es "concorde" con él. Pero necesita un tiempo, al menos momentos, de repliegue interior, de meditación desde su subjetividad clausurada y cercada, que alumbre valores como el Bien, la Justicia, la Belleza, para forjar una ética personal, para elegir lo mejor para sí mismo y para su comunidad, y diseñar que va a ser de su vida. Desde lo singular a lo universal y viceversa. Es como el movimiento de las olas: de dentro a fuera, de fuera a dentro.

Vida interior, solitaria y clandestina, forjada de acuerdos y contradicciones. Nadie puede obligarnos en la intimidad porque nadie entra en ella sin permiso. Es lo más aproximado a la vida contemplativa. Para pensar, escribir, leer sobran los otros.

La intimidad lleva a la solidaridad: lo más lindo de experimentar la intimidad es que, al entrar, lejos de llegar a una casa solitaria, vemos que dentro de ella habitan todos los seres de la humanidad, de todos los tiempos, sin distinción. Que cada uno de nosotros recupere su propio hogar no es solo una cuestión de salvación personal; es la única salida para la humanidad anhelante de unidad, complementariedad y fraternidad. Nuestro pequeño aporte y trabajo espiritual sí es relevante en la construcción del cielo acá, de un mundo mejor. 

 

“… hay una indiscutible dignidad en la vida sencilla de la gente… Si el tiempo es la criba que solo deja pasar lo que de veras vale, el gesto cotidiano encabeza la lista… Se trata de la excelencia sabia, misteriosa y artística de la sencillez… La ética de la vida corriente”.

(La resistencia íntima, Josep María Esquirol)

¡De qué callada manera
        se me adentra usted sonriendo,
        como si fuera la primavera !
        ¡Yo, muriendo!
        ¿Quién le dijo que yo era
        risa siempre, nunca llanto,
        como si fuera la primavera?
        ¡No soy tanto!
        En cambio, ¡Qué espiritual
        que usted me brinde una rosa
        de su rosal principal!

        Nicolás Guillén

El "yoísmo" y sus "yoyerías"

 

                                                                                                Obra de Escher


Ni “yoísmo” ni “yoyería” son palabras que se encuentren en el diccionario de la RAE. Sin embargo, el “yoísmo” es un movimiento actual de acrecentamiento y exacerbación del yo individual especialmente con el auge de las tecnologías. El “yoísta” tiene como lema: “¡Yo, yo y sólo yo! ¡Yo, me, mí, conmigo! ¡El único, el irrepetible, el mago!”.

El “yoísta” se siente el centro del universo; está enamorado de sí mismo. Padece “ombliguismo”. Se cree poseedor de un gran talento. Le encanta ser admirado, aunque muestre una pose humilde; se esfuerza permanentemente por crear una “marca personal”; se compara continuamente con los demás no reconociéndolos; fantasea con el poder y el éxito en sus delirios de grandeza; si se le contraría, se muere de rabia. No se ve porque nunca deja de mirarse.

El “yoísmo” está emparentado con el egocentrismo y el narcisismo más que con la autoestima o la autoconfianza. Suelen ser personas que, en contra de lo que pudiera parecer, son muy inseguras, con una autoestima baja y que necesitan hablar de sí mismos para visualizarse. El prototipo es Donald Trump cuando afirma: “Enséñame a alguien que no tenga ego y te enseñaré a un pringado”.

Le gusta ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. El guardia que organiza el tráfico, el director de orquesta que dirige a sus músicos, el jefe de Walt Street o el cura venerado por sus feligreses. La cabeza alta, el cuello erguido y el pecho hinchado. Los ojillos vivos e inquietos. La camisa ajustada y los bíceps a reventar. Tiene un afán desmesurado de protagonismo.

El “yoísta” no comparte decisiones, las impone. ¿Os acordáis del “El gran dictador” de Charles Chaplin? Se crece empequeñeciendo a los otros, pero nunca lo hará en público porque esto perjudicaría a su imagen; lo hace en su círculo cercano de “yoístas”. Aparentemente es muy empático y sonriente, pero recuerden el refrán europeo: ¡Sonrisa a toda hora, sonrisa traidora! Reclama la atención, hablando constantemente de sí mismo. Se cree viento fresco cuando es únicamente veleta herrumbrosa. Y, por eso, dice muchas sandeces. ¿Cómo podríamos llamar a las tonterías del yo? Parece natural que las llamemos “yoyerías”. Son imbecilidades, bobadas, necedades, pamplinas, paridas, ñoñerías, minucias, disparates, chorradas, majaderías, memeces…

El “yoísta” es ingenioso, disfruta llevando la contraria. Se ríe de sus propias gracias. Es un hombre o una mujer alocado/a, precipitado, insensato. Habla a voleo, sin criterio, sin tener ni idea de lo que habla, de manera arbitraria, con ligereza. Verborreas desenfrenadas que dimanan de su abundante diarrea mental. Maneja con alegría el mundo de los tópicos, de los lugares comunes.

Las “yoyerías”, en su mayoría son naderías, fruslerías; cosas insignificantes, que generalmente carecen de sentido común, de sentido comunitario. El “yoísta” evidentemente no se cree sus “yoyerías”, pero las dice a ver si cuelan y a algunos ingenuos les parecen genialidades. Pero no se equivoquen, ya lo dijo Groucho Marx: “Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota”.

Ahí va un inicio de Catálogo de “yoyerías”:

“Inofensiva”: “Un amigo, que está lejos de ser un niño, se duerme todas las noches con Babyradio, una emisora musical infantil. La otra noche le cantaron: “Duérmete mi Rey pequeñito, arrorró””.

“Animal”: “Un perro en la orilla de la playa. Su dueña, agachada, le hace una foto de cerca. El dueño está algo alejado quitándose la camiseta para bañarse. Cuando ella termina de fotografiar al perro le dice: “Ve con papá”. Y el perro ladra “guau, guau”, que significa “sí mamá””.

“Lenguaraz”: “Una vecina aburrida y malintencionada contaba, sin datos que confirmen su autenticidad, que unas compañeras le hicieron una despedida de soltera a una amiga que se casaba ese fin de semana con su novio, ambos blancos. Contrataron un hermoso “boy” de la capital por ciento veinte euros. A los nueve meses tuvo un hijo negro”.

“Ingenua”: “Me contó un amigo ya entradito en años que tuvo una novia que por fin dijo “sí es sí” sin notario y mantuvieron relaciones sexuales. Al final, abrazados, él le dijo: “No te preocupes, tengo hecha la vasectomía”. Ella le contestó: ¡Ah! ¿pero las mujeres no se quedan embarazadas por el ombligo? Insólito, pero histórico”.

 “Poética”: “Hubo un señor que por escribir unos pocos versos se consideraba inmortal” Hasta que se murió.

“Mística”: “Un atrevido jugador de pádel de sesenta y cinco años se ha hecho mucho daño en el hombro derecho mientras jugaba. Le diagnostican una tendinitis. Como es de misa diaria acude a la iglesia y comulga; y con la hostia en la garganta, se acerca a un crucificado de una nave lateral, apoya su hombro durante diez minutos en los pies del crucificado suplicándole alivio.  Cuando sale de la parroquia alarga su brazo derecho para coger un limón de un limonero. Y grita: ¡¡¡Me ha curado!!!”

“Asociacionismo”: ““La Asociación de Animales de distintas especies y tendencias sexuales”, en Asamblea Fundacional, se opone a que el gobierno regule sus vidas con Leyes”.

“Miserable”: “Algunos políticos inflan su currículum con carreras que nunca han cursado o terminado”. ¡Qué carrerón a la nada!

“Política”: “Un partido, tirititrán. Un segundo partido que quiere unir al primer partido que sigue partido, tirititrán. Un tercer partido que pretende reunir a los dos primeros que siguen divididos, tirititrán. Un cuarto partido…, tirititrán. ¡Muchas cabezas erguidas en busca de un pedestal!”.

“Selfítica”: “El selfie es un autorretrato fotográfico que se hace con una cámara o un dispositivo digital. Mil selfies: ¡Un idiota sin remedio!”.

El “yoísta” es un portento, un prodigio, no es un ser viviente normal; es un superviviente excelso, compacto, sin fisuras, casi casi sobrenatural, divino. Rozarse con un “yoísta” te eleva a las nubes.

Estimados lectores, ustedes pueden ampliar a su gusto este Catálogo de “Yoyerías”, para demostrar de una vez y para siempre el carácter irracional del hombre y su estupidez perpetua.

 

“El verdadero yo… expulsa cortezas de sí mismo que él juzga como no verdaderas, pero lo hace para alcanzar el sí mismo más profundo, el auténtico, infinito y verdadero”.

                   (Filosofía, Vol. II, Karl Jaspers)

“Mantener la cordura en estos tiempos de locura gregaria”.

(Montaigne, Stefan Zweig).