martes, 31 de enero de 2023

La intimidad, el refugio sagrado y salvaje

 

                                                            Other Side, de Chiharu Shiota


Converso con el hombre que siempre va conmigo”.

(Retrato, de Campos de Castilla; Antonio Machado)

 “Si la poesía tiene una función social, es habilitar y defender esa intimidad del hombre que estos días se ve avasallada y comercializada”.

(Entrevista de prensa, José Mateos)

         Principio y final

Entonces tenía siete años y un escondite donde me sentía segura. Era un rinconcillo debajo de una escalera. Un espacio pequeño con el techo inclinado y lleno de cachivaches familiares. Se accedía por un patio amplio con el suelo acristalado para dar luz a la oficina que había en el piso inferior. A veces, cuando entraba, me encontraba con los juguetes de mi hermano desparramados por el suelo. Los echaba en una cesta y me ponía a jugar con mis muñecas: una rubia resplandeciente como el sol del día y una morena misteriosa como la luna de la noche. Hablaba con ellas: “¿Te gusta el vestidito que te he puesto?” “Mamá te va a reñir si no te portas bien”. Otras veces les enseñaba mi lenguaje secreto: “Piyo, piso, piy, pibo, pini, pita. Algunas veces me disfrazaba y bailaba. Mientras estaba en mi guarida mi madre me dejaba tranquila. Cuando acostaba a mis muñecas les daba besitos para que durmieran bien. Era mi refugio, mi cobijo, mi rincón feliz.

Como a papá lo trasladaban mucho en su trabajo me quedé sin mi primer refugio. Entonces, en la casa nueva, ya adolescente, me encerraba en mi habitación. Allí tenía mis cosas, mis cuadernos, mis libros. Era mi cabaña, donde me aislaba del mundo y mi mente divagaba soñadora. Pasaba días muy tristes que creía que me iba a morir y otros muy alegres, eufórica, como las flores en primavera. Mi madre lo llamaba “fluctuación de ánimo” y decía que tenía que aprender a encauzar mis sentimientos. No entendía qué era “encauzar”. Pero escribía un diario personal, lentamente, como se cultivan las plantas; lo escondía en una bota vieja que guardaba en un rincón del armario.

Ya de mayor, un día en una marquesina donde esperábamos el autobús, vi a mi padre ensimismado, un tanto melancólico, acaso triste. Apoyaba su hombro en la cubierta de la parada del autobús y su rostro decaído mostraba los ojos rodeados por una aureola gris y sombría. Le pregunté: ¿Papá te pasa algo? Y mi padre me dijo: “Hija, hay que cosas que no te puedo contar”. Entonces supuse, ya adulta, que en la intimidad están las heridas que la vida te va dejando por dentro, heridas que no sangran, pero te dejan un hondo y perenne silencio. Pensé que los mayores tienen secretos, cicatrices íntimas, tal vez crónicas negras, que son como sogas que se les ajustan alrededor del cuello.

Hombre de acción y hombre reflexivo

         Hay, en la vida ordinaria, hombres de acción y hombres reflexivos. Los activistas puros corren y galopan con la lengua fuera como un caballo desbocado, se dispersan, se disgregan, se desparraman entre las apariencias y las exterioridades. Son seres que se diluyen en el movimiento vertiginoso del mundo y viven la vida exclusivamente como un quehacer productivo. Son personas que desprecian o ignoran la mitad de su ser, su intimidad: el transcurrir ilusionado o triste de sus sentimientos, el observar y recrear en su mente la belleza o la inmundicia del mundo, o la capacidad de proyectar serenamente su futuro, de ponderar las decisiones que va tomando en su vida, de disfrutar de su propio tiempo. Desdeñan los detalles de la vida: los deseos propios y ajenos, las miradas alegres o afligidas, las palabras, los gestos.

Lo íntimo, lo privado y lo público

Toda persona tiene tres tipos de actuaciones: públicas, privadas e íntimas. Lo único que de cada cual pertenece a los demás son nuestras actuaciones en el ámbito público. Nuestra vida privada e íntima pertenece a cada uno y nadie puede penetrar en ellas sin nuestro permiso.

Las actuaciones públicas son perfectamente observables. A través de este ámbito público se conocen los comportamientos y las decisiones de las personas en sociedad que, en cierta medida, han de ajustarse a las normas colectivas. En este ámbito público, las relaciones suelen ser impersonales, frías, distantes.

Las actuaciones privadas engloban lo que hacemos en un escenario semipúblico (la familia, la calle, el bar…). Requieren por lo menos de la presencia de dos actores con los que interaccionamos libremente y no tienen relevancia social; podrían ser observables si no se pone cuidado o hay algún voyeurista que esté interesado, como en el caso de los paparazzis. En la vida privada, las reglas son más autónomas ya que están propuestas por quienes las comparten y son más fáciles de transgredir. Por otra parte, las relaciones son personales, con nombre propio y trato directo.

La vida íntima no es observable, esquiva la intromisión de terceros y no es razonable valorarlas moralmente. Tanto valor tiene tu intimidad como la de los demás. Por ello, es un gesto de responsabilidad ser una persona prudente y discreta a la hora de valorar y juzgar la vida de los demás. Es el ámbito de la toma de decisiones y solo se puede entrever por lo que el sujeto dice o hace en el ámbito público o privado. En la vida íntima las reglas no son necesarias.

Admirar, envidiar, amar, odiar, fantasear, imaginar, proyectar, suponer, reír, llorar, soñar, jugar; el ser, el tiempo, el camino, el sueño, el inconsciente, la luz y la sombra, el miedo a la noche, el absurdo, la nada, el vacío, el sinsentido, la soledad, la muerte; lo sagrado y lo salvaje; son vivencias y reflexiones del sujeto meramente internas, que no tienen relevancia social y que no pueden ser conocidas por nadie. Lo curioso es que a veces no son conocidas ni por el propio sujeto. La intimidad puede inferirse a través de lo que dice o hace la persona, pero nada acerca de lo íntimo es comprobable.  

Dilema del erizo

 El dilema del erizo es una parábola escrita en 1851 por Arthur Schopenhauer en la obra ‘Parerga y paralipómena’.
En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).
          La idea que esta parábola quiere transmitir es que cuanto más cercana sea la relación entre dos seres, más probable será que se puedan hacer daño el uno al otro, al tiempo que, cuanto más lejana sea su relación, tanto más probable es que sientan la angustia y el dolor de la soledad;
lo mismo que los humanos que buscamos la compañía de los demás para no perecer de soledad y hastío, pero que no podemos frecuentarnos demasiado de cerca sin herirnos unos a otros con nuestros intereses y ambiciones opuestos.

La forja de la ética personal desde el refugio 

El ser humano vive desplegando dos movimientos: Proyectarse y Replegarse.  Por el día se proyecta, sale a trabajar, ejecuta sus planes; por la tarde-noche se repliega, se recoge en la casa. Por ese repliegue el hombre se aleja de la locura y la frialdad del mundo para recuperar cierta cordura y calor. La intimidad es hogar. De este modo la persona se singulariza; se aleja de la disgregación, de la dispersión en la masa; se desenvuelve entre el ensimismamiento (estar en permanente intimidad) y la alteración (estar fuera de sí).  

Cada persona es un ser único, tiene una personalidad propia: criterios, sentimientos, valores, gustos... Desde la intimidad una persona da forma a su propio estilo de vida: su ritmo, su creatividad; que no dispensa de las obligaciones frente a las costumbres generales de la sociedad, pero que va más allá orientándose hacia un estilo de vida personal. Sus sentimientos y sus valores le señalan si algo es adecuado o no, si es "concorde" con él. Pero necesita un tiempo, al menos momentos, de repliegue interior, de meditación desde su subjetividad clausurada y cercada, que alumbre valores como el Bien, la Justicia, la Belleza, para forjar una ética personal, para elegir lo mejor para sí mismo y para su comunidad, y diseñar que va a ser de su vida. Desde lo singular a lo universal y viceversa. Es como el movimiento de las olas: de dentro a fuera, de fuera a dentro.

Vida interior, solitaria y clandestina, forjada de acuerdos y contradicciones. Nadie puede obligarnos en la intimidad porque nadie entra en ella sin permiso. Es lo más aproximado a la vida contemplativa. Para pensar, escribir, leer sobran los otros.

La intimidad lleva a la solidaridad: lo más lindo de experimentar la intimidad es que, al entrar, lejos de llegar a una casa solitaria, vemos que dentro de ella habitan todos los seres de la humanidad, de todos los tiempos, sin distinción. Que cada uno de nosotros recupere su propio hogar no es solo una cuestión de salvación personal; es la única salida para la humanidad anhelante de unidad, complementariedad y fraternidad. Nuestro pequeño aporte y trabajo espiritual sí es relevante en la construcción del cielo acá, de un mundo mejor. 

 

“… hay una indiscutible dignidad en la vida sencilla de la gente… Si el tiempo es la criba que solo deja pasar lo que de veras vale, el gesto cotidiano encabeza la lista… Se trata de la excelencia sabia, misteriosa y artística de la sencillez… La ética de la vida corriente”.

(La resistencia íntima, Josep María Esquirol)

¡De qué callada manera
        se me adentra usted sonriendo,
        como si fuera la primavera !
        ¡Yo, muriendo!
        ¿Quién le dijo que yo era
        risa siempre, nunca llanto,
        como si fuera la primavera?
        ¡No soy tanto!
        En cambio, ¡Qué espiritual
        que usted me brinde una rosa
        de su rosal principal!

        Nicolás Guillén

El "yoísmo" y sus "yoyerías"

 

                                                                                                Obra de Escher


Ni “yoísmo” ni “yoyería” son palabras que se encuentren en el diccionario de la RAE. Sin embargo, el “yoísmo” es un movimiento actual de acrecentamiento y exacerbación del yo individual especialmente con el auge de las tecnologías. El “yoísta” tiene como lema: “¡Yo, yo y sólo yo! ¡Yo, me, mí, conmigo! ¡El único, el irrepetible, el mago!”.

El “yoísta” se siente el centro del universo; está enamorado de sí mismo. Padece “ombliguismo”. Se cree poseedor de un gran talento. Le encanta ser admirado, aunque muestre una pose humilde; se esfuerza permanentemente por crear una “marca personal”; se compara continuamente con los demás no reconociéndolos; fantasea con el poder y el éxito en sus delirios de grandeza; si se le contraría, se muere de rabia. No se ve porque nunca deja de mirarse.

El “yoísmo” está emparentado con el egocentrismo y el narcisismo más que con la autoestima o la autoconfianza. Suelen ser personas que, en contra de lo que pudiera parecer, son muy inseguras, con una autoestima baja y que necesitan hablar de sí mismos para visualizarse. El prototipo es Donald Trump cuando afirma: “Enséñame a alguien que no tenga ego y te enseñaré a un pringado”.

Le gusta ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. El guardia que organiza el tráfico, el director de orquesta que dirige a sus músicos, el jefe de Walt Street o el cura venerado por sus feligreses. La cabeza alta, el cuello erguido y el pecho hinchado. Los ojillos vivos e inquietos. La camisa ajustada y los bíceps a reventar. Tiene un afán desmesurado de protagonismo.

El “yoísta” no comparte decisiones, las impone. ¿Os acordáis del “El gran dictador” de Charles Chaplin? Se crece empequeñeciendo a los otros, pero nunca lo hará en público porque esto perjudicaría a su imagen; lo hace en su círculo cercano de “yoístas”. Aparentemente es muy empático y sonriente, pero recuerden el refrán europeo: ¡Sonrisa a toda hora, sonrisa traidora! Reclama la atención, hablando constantemente de sí mismo. Se cree viento fresco cuando es únicamente veleta herrumbrosa. Y, por eso, dice muchas sandeces. ¿Cómo podríamos llamar a las tonterías del yo? Parece natural que las llamemos “yoyerías”. Son imbecilidades, bobadas, necedades, pamplinas, paridas, ñoñerías, minucias, disparates, chorradas, majaderías, memeces…

El “yoísta” es ingenioso, disfruta llevando la contraria. Se ríe de sus propias gracias. Es un hombre o una mujer alocado/a, precipitado, insensato. Habla a voleo, sin criterio, sin tener ni idea de lo que habla, de manera arbitraria, con ligereza. Verborreas desenfrenadas que dimanan de su abundante diarrea mental. Maneja con alegría el mundo de los tópicos, de los lugares comunes.

Las “yoyerías”, en su mayoría son naderías, fruslerías; cosas insignificantes, que generalmente carecen de sentido común, de sentido comunitario. El “yoísta” evidentemente no se cree sus “yoyerías”, pero las dice a ver si cuelan y a algunos ingenuos les parecen genialidades. Pero no se equivoquen, ya lo dijo Groucho Marx: “Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota”.

Ahí va un inicio de Catálogo de “yoyerías”:

“Inofensiva”: “Un amigo, que está lejos de ser un niño, se duerme todas las noches con Babyradio, una emisora musical infantil. La otra noche le cantaron: “Duérmete mi Rey pequeñito, arrorró””.

“Animal”: “Un perro en la orilla de la playa. Su dueña, agachada, le hace una foto de cerca. El dueño está algo alejado quitándose la camiseta para bañarse. Cuando ella termina de fotografiar al perro le dice: “Ve con papá”. Y el perro ladra “guau, guau”, que significa “sí mamá””.

“Lenguaraz”: “Una vecina aburrida y malintencionada contaba, sin datos que confirmen su autenticidad, que unas compañeras le hicieron una despedida de soltera a una amiga que se casaba ese fin de semana con su novio, ambos blancos. Contrataron un hermoso “boy” de la capital por ciento veinte euros. A los nueve meses tuvo un hijo negro”.

“Ingenua”: “Me contó un amigo ya entradito en años que tuvo una novia que por fin dijo “sí es sí” sin notario y mantuvieron relaciones sexuales. Al final, abrazados, él le dijo: “No te preocupes, tengo hecha la vasectomía”. Ella le contestó: ¡Ah! ¿pero las mujeres no se quedan embarazadas por el ombligo? Insólito, pero histórico”.

 “Poética”: “Hubo un señor que por escribir unos pocos versos se consideraba inmortal” Hasta que se murió.

“Mística”: “Un atrevido jugador de pádel de sesenta y cinco años se ha hecho mucho daño en el hombro derecho mientras jugaba. Le diagnostican una tendinitis. Como es de misa diaria acude a la iglesia y comulga; y con la hostia en la garganta, se acerca a un crucificado de una nave lateral, apoya su hombro durante diez minutos en los pies del crucificado suplicándole alivio.  Cuando sale de la parroquia alarga su brazo derecho para coger un limón de un limonero. Y grita: ¡¡¡Me ha curado!!!”

“Asociacionismo”: ““La Asociación de Animales de distintas especies y tendencias sexuales”, en Asamblea Fundacional, se opone a que el gobierno regule sus vidas con Leyes”.

“Miserable”: “Algunos políticos inflan su currículum con carreras que nunca han cursado o terminado”. ¡Qué carrerón a la nada!

“Política”: “Un partido, tirititrán. Un segundo partido que quiere unir al primer partido que sigue partido, tirititrán. Un tercer partido que pretende reunir a los dos primeros que siguen divididos, tirititrán. Un cuarto partido…, tirititrán. ¡Muchas cabezas erguidas en busca de un pedestal!”.

“Selfítica”: “El selfie es un autorretrato fotográfico que se hace con una cámara o un dispositivo digital. Mil selfies: ¡Un idiota sin remedio!”.

El “yoísta” es un portento, un prodigio, no es un ser viviente normal; es un superviviente excelso, compacto, sin fisuras, casi casi sobrenatural, divino. Rozarse con un “yoísta” te eleva a las nubes.

Estimados lectores, ustedes pueden ampliar a su gusto este Catálogo de “Yoyerías”, para demostrar de una vez y para siempre el carácter irracional del hombre y su estupidez perpetua.

 

“El verdadero yo… expulsa cortezas de sí mismo que él juzga como no verdaderas, pero lo hace para alcanzar el sí mismo más profundo, el auténtico, infinito y verdadero”.

                   (Filosofía, Vol. II, Karl Jaspers)

“Mantener la cordura en estos tiempos de locura gregaria”.

(Montaigne, Stefan Zweig).