Si usted, amable lector, ha seguido con
un poco de atención mis escritos se habrá dado cuenta, por las veces que lo
cito, de que un autor de referencia para mí es Michel de Montaigne con sus
Ensayos. El otro día me encontré con un joven que estaba haciendo el Trabajo
Fin de Grado de la carrera de Filosofía y que tenía un profesor admirador de
Montaigne, al que definía como “filósofo de calle”. Al principio me gustó, pero
después, cuando lo pensé, no. ¿Puede tener la filosofía otro interés más
específico que no sea reflexionar sobre la experiencia humana? Además,
Montaigne lo hace con un bagaje cultural envidiable: en torno a mil citas de
los antiguos clásicos (Plauto, Cicerón,
Ovidio, Horacio, etc.) perfectamente engarzadas en su discurso.
Montaigne es reconocido como el creador
del género literario del ensayo. Reflexiona sobre la vida sin prejuicios,
atendiendo a la vida misma, con su extraordinaria variedad. En este sentido, la
filosofía actual se orienta hacia la fenomenología y la hermenéutica, y mama, si
no quiere desconectarse de los tiempos, de las ciencias empíricas (su historia,
su metodología) y, sobre todo de las disciplinas humanísticas (sociología,
psicología, antropología cultural y filosófica, ética, historia, etc.). El
camino, con su referencia a los autores clásicos, lo trazó en sus tiempos, a mi
modo de ver Michel de Montaigne en sus Ensayos.
Hoy quiero escribir sobre la otra cara
de la soledad, la positiva, la que nos procura enriquecimiento personal. La
llaman “solitud”, una palabra hoy en desuso en nuestro país, pero cada vez más
usada en las lenguas europeas. Solitud es la capacidad de disfrutar del paso
del tiempo sin la necesidad acuciante de compañía. La soledad no deseada se
distingue por un sentimiento de vacío, en tanto que la soledad buscada es una
oportunidad para disfrutar y dirigir nuestra propia vida.
En una ocasión, en conversación con una
poetisa, ella defendía que solo había arte en la poesía, no en la vida. Es
evidente que las producciones culturales como tal se encuentran en la
literatura, la escultura, la pintura, etc. Sin embargo, yo también defiendo que
cada persona, al construir/producir su vida, salvo que se sea un botarate
(todos los somos en bastante medida), pone en pie su talento, su inspiración,
su vocación, para acercarse al buen gusto, a la sensibilidad, a la gracia y a
la elegancia; en definitiva, a la belleza. Se trataría de transformar en arte y
buen gusto el hecho de ser diferente a los demás. Es lo que expone María
Zambrano en su libro “El hombre y lo divino”, donde encuentra en el hombre una
dimensión divina, misteriosa, que se realiza en la hermosura, en la belleza.
Aunque también convivamos con lo grosero, lo soez, lo chabacano. Así es la
vida. También hay poesía de buena y de mala calidad.
Vaya por delante que me encanta una
cervecita o un vinito en buena compañía. Porque no debemos confundir solitud
con individualismo; solitud es un alejarse más o menos duradero para acercarse;
individualismo es aislamiento, competitividad, aunque estemos unos junto a otros.
La independencia radical es individualismo destructivo, para sí mismo y para
los demás.
Ahora bien, de lo que ahora hablamos es
de la soledad deseada, que requiere de una persona autosuficiente en tres
aspectos: económico (autarquía), emocional (ataraxia) y moral (autonomía).
La autarquía
La palabra “autarquía” viene a significar “calidad o estado
de bastarse a sí mismo” o, también “la capacidad de autogobernarse”. Es un
término usado en economía para indicar la condición de las personas que luchan
por su autoabastecimiento. Es un estilo de vida en el cual la persona busca
satisfacer por sí mismo sus necesidades básicas. “Si solo deseo lo que depende
de mí, ¿quién podrá esclavizarme?
Entre
los griegos, indicaba un ideal de vida: vivir en total libertad, sin depender
de otros, sin deber nada a nadie; desligarse del sistema social en el que se
está inmerso para, por sí mismo, satisfacer sus necesidades básicas. Satisfechas
estas últimas, mostrar cierta indiferencia ante las riquezas y los bienes
materiales, distinguiendo entre necesidades básicas naturales y necesidades superfluas
ofrecidas por el mercado en la sociedad de consumo. En definitiva, no necesitar
más de la cuenta y no ser esclavos de nuestros deseos. Para ser feliz, piensan
los clásicos, no se necesita de otra cosa que el ejercicio de la virtud según
la naturaleza y guiado por la razón.
En
esta línea, desde luego en una sociedad mucho más compleja que la de los
griegos, hay que interpretar el avance que para la vida de la mujer ha supuesto
en el último siglo su incorporación a la vida laboral. Ha conseguido, además de
su realización profesional, una independencia económica respecto del hombre que
antes no poseía.
Ya
entre los romanos, el propio Séneca, seguidor estoico, fue criticado por ser
poseedor de una gran fortuna y llevar una vida demasiado refinada. Así, discute
con uno de sus críticos: “¿Quieres saber hasta qué punto tú y yo no le damos el
mismo valor a las riquezas? Si mis riquezas se pierden, no me quitarán nada de
mí mismo; tú, en cambio, te quedarás pasmado y te parecerá que estás perdiendo
algo fundamental si se alejan de ti. En mí, las riquezas ocupan algún lugar; en
ti, el más alto. En suma, las riquezas son mías, tú eres de las riquezas”.
La ataraxia
Etimológicamente
significa “ausencia de turbación o imperturbabilidad del ánimo”. Es la disposición del ánimo propuesta por los epicúreos,
estoicos y escépticos, gracias a la cual una persona, mediante la disminución
de la intensidad de las pasiones y los deseos que puedan alterar el equilibrio
mental y corporal, y la fortaleza frente a la adversidad, alcanza dicho
equilibrio y finalmente la felicidad, que es el fin de estas tres corrientes
filosóficas. Es un estado del alma y la mente que no
admite la entrada del sufrimiento ni de las emociones perturbadoras. La ataraxia es, por tanto, tranquilidad, serenidad e
imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos.
Para
los epicúreos, el placer es lo que conduce a la felicidad. Sin embargo, existen
placeres que son contraproducentes porque conducen a un dolor mayor que el placer
inicial; estos placeres producen intranquilidad y deben ser evitados por la
razón, ya que alejan de la "ataraxia", la serenidad de ánimo.
Para
el estoicismo, la ataraxia consiste principalmente en adecuar los deseos
propios a la racionalidad de la naturaleza (logos), aprendiendo a diferenciar
las cosas que dependen de la propia persona de las que son independientes de
ella. Es importante alcanzar la libertad y la tranquilidad sin preocuparse de
las comodidades materiales, la fortuna externa, y dedicándose a una vida guiada
por los principios de la razón y la virtud. Para encontrar la ataraxia, también
es necesario eliminar los miedos a los dioses y a la muerte, así como no
quejarse por las inclemencias del devenir.
Para
los escépticos, la ataraxia
consiste en suspender el juicio o epojé; no enjuiciar los acontecimientos que
nos va presentando la vida, sino en aceptar la vida misma tal como va sucediendo,
sin sentirnos afectados por el contexto en que vivimos.
En la vida actual, entiendo que la ataraxia
(serenidad de ánimo) pasa por ser independiente emocionalmente. La dependencia
emocional se caracteriza por cierta incapacidad para cuidar de sí mismo dejando
en manos de otras personas la responsabilidad de tomar decisiones sobre
parcelas de nuestra vida. Esto implica una anulación de sí mismo en favor de la
pareja, los padres o algunos amigos.
Las personas dependientes se caracterizan por una baja
autoestima y un alto grado de inseguridad en sí mismo; dificultad para tomar
decisiones; necesidad de agradar excesiva dependiendo de la opinión de los
demás; mostrarse dispuesto a una relación de subordinación o de obediencia y
falta de confianza en el propio criterio.
Todas las personas tienen cierto nivel de
dependencia afectiva y no hay que olvidar que para relacionarse hay que tener
un cierto grado de dependencia sana, si no, la relación humana termina siendo
disfuncional y terminamos funcionando de forma individualista. El problema
existe cuando una persona se deja controlar por la necesidad de aprobación y
por la baja autoestima.
La autonomía moral
La
palabra autonomía expresa la capacidad que tiene el individuo de darse a sí mismo
sus propias normas o leyes para vivir. Es la capacidad del ser humano racional de
valorar aspectos de carácter moral por sí mismo, como, por ejemplo, distinguir
lo que está bien de lo que está mal, o lo que es justo de lo injusto; y
también, el poder de tomar decisiones morales en relación con la propia
conducta de una manera voluntaria, consciente, auténtica y libre de influencias
interpersonales. Aún a sabiendas de que la autonomía moral está condicionada
por el entorno social. Por el contrario, una moral es heterónoma cuando la
voluntad de la persona se rige no por criterios morales propios, sino por
imperativos que proceden de agentes externos, es decir, que otros le dictan las
normas para actuar y vivir.
La
autonomía moral se guía exclusivamente por la razón y atiende a principios
morales que no se basan en deseos, intereses o emociones y que deben ser
extensibles (universalizables) al resto de las personas. Niega, por tanto, que
el conjunto de normas morales proceda de agentes sobrenaturales como las deidades.
Se basa en la propuesta que Inmanuel Kant hizo: “Atrévete a pensar”, y que se
convirtió en lema de la Ilustración y de las corrientes del libre pensamiento.
Ahora
bien, esta triple dimensión de la autosuficiencia del ser humano: autarquía,
ataraxia y autonomía moral, es un ideal, una referencia que debe servir a modo
de criterio para orientar nuestro modo de vivir.
Después de esta disertación conceptual, pasemos ahora a algo más vivo, más
refrescante. Siempre me ha asombrado la imagen del pescador a orillas del río o
del mar; su soledad satisfecha y autocomplaciente. Por eso, he hecho una
entrevista a un veterano pescador. Tiene cuarenta años. Se llama Borja. Está
casado y tiene un gracioso y simpático hijo. Su afición le viene del padre que
lo llevaba de pequeño de pesca; al principio como un juego y después se
convirtió en una afición. Dice: “He pescado tanto en el
mar como en aguas continentales, tanto en orilla como en barco. En el mar he
pescado casi en toda la provincia de Cádiz, desde Sanlúcar hasta Barbate,
pasando por Cádiz o el Puerto. Y en aguas continentales por toda la sierra
gaditana, desde el lago de Arcos al pantano de Guadalcacín o el de los
Hurones…”.
Le pregunto: ¿Cuánto
pesca? ¿Mucho o poco? Contesta: “Esto en mi caso es igual que la frecuencia con
la que voy a pescar: no tiene importancia, lo importante es ir a pescar. En mi
caso, además, practico la pesca con vida (captura y suelta). Hay días de 80 o
100 capturas (sin exagerar, que de eso buena fama tenemos ya los pescadores) y
hay días que no sientes ni una picada. Y tan buenos son unos días como otros
puesto que, si todos los días pescases mucho, al final perdería toda la gracia”.
¿Por qué le gusta a usted
pescar?
“Por muchas razones: la emoción de la
picada notada en las manos a través de la caña; la incógnita de lo que aportará
el día; la emoción ante una gran captura; la tranquilidad del sitio; no
escuchar un coche u otra gente en horas. Es una forma de liberar la mente y entrar
en una paz interior que en mi caso no consigo encontrar en otras cosas. Eso es
lo maravilloso de poder pescar, te da paz para ordenar tus cosas con total
tranquilidad y te da el gusto maravilloso y nada fácil de dejar la mente en
blanco y descansar”.
Es una actividad
solitaria, ¿le gusta estar solo y en silencio?
“Si, según el momento puede ser una fuente
de energía. Además, se puede estar solo rodeado de muchísima gente. No es una
cosa de gustar u odiar, es más de querer estar solo o no. Yo nunca estoy solo.
Ni en lo más alejado del mundo me siento solo”.
Y hasta aquí lo más
significativo de esta agradable entrevista con Borja que se prestó tan
generosamente y que para mí ha sido un placer.
Por último, y de forma
muy concisa, algunas actividades que pueden alegrar, enriquecer nuestra soledad
deseada: Date tiempo para estar contigo mismo; escucha tus
necesidades y tus deseos, establece tus objetivos y metas. Programa y planea días para pasar tiempo a
solas, ponte retos: Ve a lugares a donde jamás fuiste solo, al cine a ver una
película que tengas muchas ganas de ver, a comer solo. Haz ejercicio, pasea,
vete a la playa. Organiza tu tiempo de relación con tu familia y amigos.
Rodéate de gente que te haga sentir bien. Lee. Escucha la radio. Haz partícipes a los demás de tus momentos de
soledad.
"Ya hemos vivido
bastante para los demás, vivamos al menos para nosotros este retazo de vida.
Volvamos hacia nosotros y hacia nuestro bienestar pensamientos e intenciones…
Hemos de deshacer tan fuertes obligaciones y amar desde ahora esto y lo otro,
mas sin desposarnos con otra cosa que no sea nosotros mismos. Es decir, que lo
demás esté en nosotros, mas no tan unido y pegado que no se pueda desprender
sin arrancarnos la piel y algún trozo de nosotros. Lo más grande del mundo es
saber pertenecerse". (Ensayos, Libro I, Cap. XXXIX, pág. 267-268,
editorial Cátedra).
"Thoreau creía que
en el fondo todos somos artistas y que nuestro cuerpo, nuestra vida, son los
materiales con que trabajamos". (Solitud, Michael Harris, pos. 2788,
editorial Paidós).
Publicado en "La Voz del Sur"