Este
es el final de un refrán sugerente: “Poca
cama, poco plato y mucho zapato”. Lo escuché por primera vez a un buen
amigo que es un hombre de una sola pieza: íntegro y sencillo, cariñoso sin
contraprestaciones, atado con gusto y por voluntad propia a su familia y a la
Naturaleza. Se expresa con frases cortas ligadas a su ser, por eso, acaso, un
poco misteriosas. Este refrán sintetiza para él las dos claves para una vida
sana: Caminar, mucho caminar; y una vida frugal: Se puede gozar plenamente,
decía, con muy poca cosa. “Con pan y vino se anda el camino”.
Caminar, sí, me gusta caminar. ¿Por qué? Acaso, no lo sé. Solo sé que me gusta. Pierdo peso y me mejora el humor,
el carácter. Acompaso el ritmo de mis pies con el fluir de mis pensamientos.
Sí, sí, en cierto sentido es un tiempo de encuentro con uno mismo; otros van a
una iglesia o a una cafetería tranquila. Mi cuerpo y mi alma se van ajustando.
Es como si mi mente fuera decantándose, apisonándose, aplanándose en el suelo
firme. Y así, paso a paso, se va dibujando en mi ser lo básico, lo necesario,
que queda grabado como por escrito en mi pecho, para que conste. Después de
caminar, una vez en casa, afronto la realidad con mayor viveza y dinamismo.
"Estar
sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no
haya nacido al aire libre... La carne sedentaria -lo he dicho en otra ocasión-
es el auténtico pecado contra el espíritu". ("Ecce Homo, "Por
qué soy tan inteligente", Fiedrich Nietzsche", citado en “Andar, una
filosofía”; Frédéric Gros, pos. 120, editor digital Titivillus).
¿Para
qué? ¿Por qué? Es una actividad agradable, amena. Solo o en compañía, estirar
las piernas te hace salir de la vida sedentaria. Cabe recordar que en una parte
muy importante de la historia el hombre ha sido un ser nómada.
Por
fin te has decidido a estirar las piernas, a cambiar de aire, a airear la
mente. Cuando sales a caminar lo primero que te das cuenta es de que vas con lo
puesto: zapatillas, pantalón deportivo y camiseta; y con tu cuerpo, aún
entumecido, agarrotado, antes de caminar. Ya sea un paseo urbano o campestre, el
cuerpo se relaja y el alma descansa. Una calma jocunda se extiende por tus extremidades, y se asienta
fácilmente en tu ánimo. Te distraes. Las preocupaciones se
disuelven, si son bobadas. Te olvidas de la agitación del mundo y redescubres
la ligereza de vivir. Sientes que dispones de tu cuerpo y de tu mente. Deslizas
los ojos sin detenerte en ninguna imagen. Comienzas a conversar contigo mismo. Enfocas
la mirada en el horizonte. Tu pensamiento vuela. Se piensa mejor con los pies:
son los amigos más fiables de nuestros pensamientos.
A
los paseantes les llama Baudelaire flâneurs: Personas que caminan sin rumbo
exacto, sin prisa alguna, sin destino concreto, sin otro objetivo que caminar
por caminar.
¡Qué
sí! ¡Qué sí! Que caminar tiene muchos
beneficios. Que si no andas te vas a poner como el tambor de la lavadora:
redondo, redondo, redondo. A mí me gusta especialmente pasear por la playa, pero da lo mismo que sea por el campo o por la
montaña, incluso la ciudad. Deambular por la playa tiene efectos positivos
sobre las terminaciones nerviosas de nuestros pies y la arena es una superficie
ideal para estimularlas. Gracias a la humedad del mar y a su baja presión
respiramos mejor.
Andar
por la playa es bueno para el sistema cardiovascular: reduce el riesgo de
padecer una enfermedad cardíaca y la diabetes tipo 2; disminuye el peligro de
ser hipertensos. Para el sistema nervioso, disminuye la ansiedad y el estrés.
Es lo que un experto de la Universidad de Stanford, Gregory Bratman, llama la
“rumiación mórbida”: pensamientos que vuelven una y otra vez a la mente, que
pueden tornarse obsesivos y que son a menudo la causa del estrés, la ansiedad y
la depresión. El que haya tenido un problema gordo y haya caminado triturándolo
entenderá bien este concepto. Para el sistema muscular fortalece los huesos,
las articulaciones y tonifica la musculatura.
"Tu
"moral" mejora; te vuelves franco y cordial, hospitalario y
resuelto... En el desierto, los licores espirituosos solo provocan asco. Hay un
vivo placer en la mera existencia animal". (Caminar, Thoreau, pos. 325,
editor digital Daruma).
Sí.
Cuando somos mayores, y el cansancio del cuerpo y del alma puede con nosotros,
no hay que rendirse. Hay que seguir, superarse. Al ritmo que se pueda; no
renunciar. Distanciarnos de nuestro entorno habitual. Hay que vivir. Conozco a
algunos amigos, relativamente mayores, que son muy andarines; salen al alba.
Incluso, en los clubs de montañeros hay personas de todas las edades.
La
conquista de lo salvaje (Thoreau) "... ¿Qué provecho saco de una larga
caminata por el bosque? El provecho es nulo: no se ha producido nada que pueda
luego venderse… A ese respecto, la marcha es desesperadamente inútil y
estéril. En términos de economía tradicional, es tiempo perdido, malgastado,
tiempo muerto, sin producción de riqueza. Y sin embargo para mí, para mi vida
no diría siquiera interior, sino total, absoluta, el beneficio es inmenso: es
un largo momento en el que he estado en la vertical de mí mismo, sin que me
invadieran las preocupaciones volátiles, ensordecedoras, ni me alienara el
parloteo incesante de los charlatanes. Me he capitalizado de mí mismo durante
todo el día... Receptividad de la marcha: no dejo de recibir toneladas de
presencia pura". (Andar, una filosofía; Frédéric Gros, pos. 1005-1009,
editor digital Titivillus).
Hay
muchas formas de caminar. De manera
muy general, se puede afirmar que la manera de deambular está asociada a
nuestras emociones. No es lo mismo caminar rápido que hacerlo lento.
Marchar
más rápido, con largas zancadas, fuertes movimientos de los brazos, mayor
vaivén de las caderas, con los hombros sueltos a los lados, implica un ritmo
más dinámico. Quienes fluyen al transitar se muestran relajados, abiertos,
aventureros; sugiere que la persona es inquieta y desea cumplir sus metas lo
antes posible: una persona determinada y firme. Transmiten una actitud juvenil
y despreocupada.
Pasear
lento y rígido, con pasos más cortos, con un balanceo más reducido del cuerpo y
de los brazos, con el cuerpo o los hombros inclinado hacia adelante o
encorvado, dan la apariencia de mayor edad. O, también, sugiere un tipo de
persona más introvertida, tímida o vulnerable. En ocasiones puede denotar
situaciones de tristeza o depresión.
A
los grandes caminantes de la historia (Thoreau,
Nietzsche, Rousseau, Haslitt, Stevenson, Rimbaud…) les gusta caminar solos.
Algunos de ellos caminaban entre tres y ocho horas diarias.
Más allá de las formas estándar de circular,
cada persona tiene su estilo propio. Recuerdo a un hombre rocoso, corpulento,
voluminoso, que arrastraba su cuerpo tambaleándose lateralmente, meciéndose
como un paso de Semana Santa, o como cuando uno anda con chanclas sobre un
pedregal. Los brazos no se movían alternativamente avante y atrás sino verticalmente
arriba y abajo. Sus opiniones en política oscilaban, como su cuerpo, a derecha
e izquierda, o viceversa, según por donde anduvieran sus intereses económicos.
De carácter jovial y afable, jamás se le vio ebrio.
Una mujer, ni joven ni vieja, no era original
por sus andares. Aunque era vagarosa, y se movía continuamente, presumía de
cambiar todos los días de ruta, de dirección, aunque fuera a los mismos sitios.
No le gustaba repetir los caminos. Si era posible hacía la ruta en zigzag. Era
aventurera, sin destino fijo. Un poco salvaje, abierta y soñadora. Repartía
versos suyos por las calles sin esperar nada a cambio.
Recuerdo
a un profesor, a su vez sacerdote, delgado y enjuto como un fideo, con su traje
gris impecable y sus zapatos siempre brillantes. Caminaba sedoso como una pluma
mecida por la brisa, casi invisible. Pero su originalidad consistía en
transitar con la cabeza inclinada lateralmente, hacia la derecha, en un gesto
religioso un poco forzado pero inmutable. Parecía un figurante de El entierro
del conde de Orgaz de el Greco. Como profesor de literatura pidió a sus alumnos
un cuaderno de dos rayas para anotar unos apuntes de lo más escuálidos. Parecía
querer educarlos para ser copistas de la Edad Media.
Y si hay andares míticos, ahí están los de
algunos actores. Me los sugirió un sabio, amigo de la vida. De la época dorada
del cine destacó, como no, a Henry Fonda en “Falso culpable”. De todos es
conocida la anécdota de que cuando un periodista le preguntó al gran director
John Ford qué era el cine, éste contestó que el cine era ver andar a Henry
Fonda. “Alto, delgado y parsimonioso, Hank (que así le gustaba que le llamaran
cuando llegó a Hollywood) caminaba con pasos característicamente largos y se
movía con una plácida pero inconfundible autoridad, con andares que sólo pueden
ser calificados de felinos en su delicada deliberación. Podía cambiar su forma
de arrastrar los pies por aquello de añadirle un matiz al tipejo que
interpretaba”. https://www.jotdown.es/2013/06/andares-oda-a-los-actores-que-supieron-que-hacer-con-sus-piernas/
O Gregory Peck. “El andar más
señorial que ha dado el cine. Sí, la razón es bastante obvia: Atticus Finch en
“Matar a un ruiseñor”. Aunque —debe quedar claro— Peck nunca pudo ocultar que
para sobrellevar su metro noventa debía caminar como si en realidad no
estuviera por encima de nadie: más un faro que una nube”.
O Gary Cooper en “Solo ante el peligro”, Robert
Michum en “La hija de Ryan”, Steve Mcqueen en “La gran evasión” o James Dean en
“Gigante”. De los recientes: Clint Eastwood o Robert de Niro, por ejemplo.
Son famosos los paseos de Greta Garbo por Nueva
York. Recorría diez kilómetros en círculo. Llegó a decir: “Pasear es mi mayor
placer. A veces voy adónde vaya la persona que tengo delante. No habría podido
sobrevivir aquí sin pasear. No podía pasarme las veinticuatro horas en este
apartamento. Salía a observar a los seres humanos”.
Es común establecer un paralelismo
entre el camino y la vida. Como se hace una larga caminata así se “recorre”
la vida: ¿Vas apresuradamente, queriendo llegar pronto a tu destino? ¿O caminas
despacio, disfrutando del paisaje? ¿Te gusta caminar solo y en silencio? ¿O
prefieres ir acompañado? ¿Vas con la mirada fija en el suelo? ¿O eliges otear
el horizonte?
"La
lentitud consiste en adherirse perfectamente al tiempo, hasta el punto de que
los segundos se desgranan, gotean como la lluvia sobre la piedra. Este
estiramiento del tiempo profundiza el espacio. Es uno de los secretos de la
marcha: un acercamiento lento a los paisajes, que los vuelve progresivamente
familiares. Es como cuando se frecuenta a alguien y la amistad va
acrecentándose… (Andar, una filosofía; Frédéric Gros, pos. 414-424, editor
digital Titivillus).
El camino y la vida tienen un doble reto:
avanzar a través del tiempo y aceptar el silencio que nos abre a nuestras
reflexiones más íntimas, en el diálogo entre el cuerpo y el alma.
Pero en el camino como en la vida vivimos
también en una conexión plena con el presente más inmediato, con todo lo que me
rodea y con todo lo que en ese momento pasa por mí.
En el camino y en la vida tenemos proyectos,
metas, que nos proponemos; etapas parciales en las que debemos avanzar con
constancia. Llevamos una mochila (en el caso del alma nuestra historia personal)
que no debe ir muy cargada si queremos llegar lejos. A esto se refería el poeta
cuando hablaba de andar “ligeros de equipaje”.
En la mochila no debemos llevar cosas
innecesarias para que su peso no supere nuestra fuerza. Esto nos obliga a
preguntarnos acerca de lo esencial y necesario para vivir.
"Frugalidad
no es exactamente austeridad. Quiero decir con esto que la austeridad conlleva
siempre la idea de resistir la tentación del exceso: demasiada comida,
demasiada riqueza, demasiados bienes, demasiado placer. La austeridad denuncia
la tendencia del placer al exceso… La frugalidad, en cambio, es descubrir que
la sencillez satisface por completo, descubrir que se puede gozar plenamente
con muy poca cosa: con el agua, una fruta y el soplo del viento. ¡Ah!, escribe
Thoreau, ¡poder embriagarse con el aire que se respira!" (Andar, una
filosofía; Frédéric Gros, pos. 1039-1044, editor digital Titivillus).
En el camino como en la vida hay unos pasos que
recorrer. Conectan un origen (un “aquí”) con un destino (un “allí”) En el
recorrido una acción que nos va definiendo. No hay camino cierto. Cada uno de
nosotros va configurando su camino, su sendero, su historia personal, llena de
aciertos y de errores, de momentos felices y tragos amargos. La existencia
precede a la esencia, que dice la máxima existencialista. Estamos arrojados a
esta marcha que nos lleva siempre al frente. Detenerse, abandonar el camino, es
dar un salto al abismo, a la muerte.
Tanto en el camino como en la vida debemos
aceptar los contratiempos, las dificultades, que forman parte del viaje. Esos imprevistos que están en la vida y que cuando los superamos vamos
desarrollando habilidades y adquiriendo experiencia. Nuestra capacidad de
superación aparece en la medida en que enfrentamos retos, corremos riesgos y
buscamos soluciones a las circunstancias adversas.
Eternidades
"Llegará un día en el que dejaremos también de estar preocupados,
acaparados por nuestras tareas, prisioneros de ellas -conscientes de habernos
inventados muchas, de imponérnoslas nosotros mismos-". (Andar, una
filosofía; Frédéric Gros, pos. 942, editor digital Titivillus).
En el camino y en la vida, nunca caminamos solos. Siempre encontramos
personas delante nuestra y tras nosotros. Habrá quienes nos acompañen un trecho
y puede llegar un momento en el que vayamos a diferentes ritmos o nuestros
caminos se separen.
"...
Detesto la solemnidad de los solemnes, pero creo que, si algo es realmente
importante en este mundo, eso es conseguir que nuestras cosas tengan un
sentido, en las dos acepciones de la palabra; es decir, una razón de ser, pero
también una dirección. Un sustento y un horizonte. Una finalidad y una
orientación". (Caminar, Prólogo, Hazlitt y Stevenson, pos. 78, Editor
digital Titivillus).
Publicado en "La Voz del Sur".
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