“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.”
Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.”
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.”
Mi cantar vuelve a plañir:
“Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.”
Versos extraídos de “Yo
voy soñando caminos”, Soledades XI, Antonio Machado.
Reconozco que no es muy ortodoxo trocear un
poema para entresacar unos versos. Pero este par de cuartetas, no consecutivas
en el poema completo, llegaron como un obús a mi mundo imaginario y
sentimental.
En el conjunto del poema, Antonio Machado,
paseando por los senderos, mientras observa la caída del atardecer, fantasea
sobre la vida y sus caminos, con un cierto aire de tristeza.
Triste es, también, cualquier ruptura de amor,
de cualquier amor, vivo o muerto. De una persona, de las personas, de los
objetos que amamos.
¿Quién no ha dejado en el camino amores
posibles o reales? ¿Quién no se ha sentido alguna vez abandonado? ¿Quién no ha
tenido que arrancarse, alguna vez, espinas de amor o desamor? ¡Ay, si el amor
fuera siempre correspondido, eterno, sin contratiempos!
La espina de una pasión. ¡Qué imagen! Junto a
la expansión ardiente de la felicidad, la zozobra de la incertidumbre, el
fracaso o el paso del tiempo. El tallo de las rosas está cubierto de espinas. Y
es que la vida es (tan) paradójica.
Qué ligeros pasamos por el lado de las personas
que nos quieren. Nuestra vida, a veces, se bifurca, abandonando afectos regalados.
En ocasiones, acontecimientos inesperados nos alejan de senderos que hemos
amado.
Arrancarse la espina de una pasión, sea una decisión
libre o forzada, siempre es doloroso. Extirpar la belleza de la vida. Perder la
ilusión. Quebrarse el valor de las palabras. Extravío del sentido. Soledad
abismal. Muñeco volátil, desarraigado.
Qué fácil se torna, entonces, el camino hacia el
desconcierto, la distancia, la desconfianza, la indiferencia, la desesperación,
el odio, la venganza… El corazón está calcinado y gélido en este tiempo, en ese
instante.
Por eso, en casos extremos ocurre lo peor. Como
en el cuento “El amor asesinado” de
Emilia Pardo Bazán, donde una joven descubre el Amor por primera vez, sin
vincularse a ningún ser concreto y trata de extirparlo. “El Amor a quien creía tener en brazos, estaba más adentro, en su mismo
corazón, y Eva, al asesinarle, se había suicidado” (Cuentos de amor, Emilia Pardo Bazán, Pos. 119).
Parece que Machado ha vivido algún fracaso de
amor y aun así lo anhela. Deseamos vivir apasionadamente, ver amanecer, refrescar
nuestra mente, abrazar el calor de la pasión, sentir estremecerse nuestro ser
al roce de una nueva caricia. “Aguda
espina dorada, quien te volviera a sentir en el corazón clavada”. Es un
canto a la vida. Por mucho que las heridas nos entristezcan, a veces
profundamente, hay que resurgir, retomar la ilusión, construir nuevos caminos.
Son períodos de retroceso y estancamiento para volver a dar el salto a la
alegría. De las heridas, de las sombras, solo quedarán los recuerdos.
Mª Victoria Atencia (“Como las cosas claman” Antología poética. Editorial Renacimiento,
pág. 192) expresa el gozo de vivir aun en la incoherencia: “Bendita seas, discordia constante, vida”.
“Lo que dura se estropea y acaba pudriéndose, nos aburre, se vuelve contra nosotros, nos satura, nos cansa. Cuántas personas que nos parecían vitales se nos quedan en el camino, cuántas se nos agotan…”(Leído en el libro ”Los enamoramientos”, de Javier Marías).
ResponderEliminarSi esto fuera tan desoladoramente cierto, quizás tendríamos que alegrarnos de haber dejado en el camino algún que otro amor posible.(Ana)
Ana, guapa, gracias por tu comentario. Afortunadamente no todas las experiencias son iguales y, sobretodo, casi siempre se sale adelante. Me gustan mucho tus escritos en facebook, están cargados de sentimiento y de poesía. Un beso muy fuerte.
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