Adán y Eva en el Paraíso Terrenal, de Johann Wenzel Peter.
‘El
éxito diría yo’ “… actuaría como los
fuegos artificiales, una vez alcanzada la máxima altura y brillo para despertar
la admiración del respetable que asiste mirando extasiado, entonces se cae de
golpe, quedando sólo de su recuerdo el mítico palitroque, sombra de cuanto fue,
pálido reflejo de un esplendor pasado”.
(Instrucciones para fracasar mejor,
Miguel Albero)
“Dios nos dijo que habría pobres
entre nosotros, lo que no precisó es que tuvieran que ser siempre los mismos”.
(Cuadernos
para el diálogo, Joaquín Ruiz Giménez)
“Sólo existe verdadera alegría cuando
se encuentra al mismo tiempo obstaculizada: la alegría es paradójica o no es
alegría”.
(Lo real y lo doble: Ensayo sobre la
ilusión, Clément Rosset)
El
éxito se nota en la sonrisa imperecedera, que al abrir la boca exhibe una
dentadura blanquísima y reluciente. En unos cuerpos “perfectos”, que tienen el
arte de posar con naturalidad y que están delineados por espléndidos vestidos.
Paraíso
en la Tierra:
Mar
de fondo azulado, transparente y sereno; suntuosos palacios, castillos de los siglos
XVIII y XIX, casas colosales con acceso privado a la playa, alfombras carmesís,
decoración fastuosa, arañas de lentejuelas, espejos rectangulares de pared en
los que petimetres y currutacas se ven las caras, manteles de hilo, cristalería
de Bohemia, vajilla de La Cartuja, cubertería de plata, relojes de anticuario,
jardines versallescos con pinos centenarios, yates a lo “James Bond”.
Ejecutivos
de gris:
Antiguos
linajes (“hijos de…”), príncipes y princesas, duques, marqueses y condes;
financieros y empresarios; gestores y abogados de grandes firmas; “top model” e
“influencers”; deportistas profesionales, cineastas y escritores… Españolísimos
de nuestra patria; todos ellos chicos y chicas de Harvard o Berkeley, educación
apropiada a sus sólidas cuentas corrientes, parlantes políglotas sin mucho que
decir. Todos con despacho junto al salón, aunque muchos de ellos no han
trabajado nunca ni piensan hacerlo. Algunos nunca se jubilarán porque nunca han
trabajado. Todos dignos de medallas y condecoraciones. Algunos, los de superior
inteligencia, se comunican mejor con los relinchos poéticos de los caballos de
raza española y los ladridos místicos de los perros de caza que con las
personas. Afecto, mucho afecto; cariño, mucho cariño; risas, muchas risas;
orgullo, mucho orgullo. Duermen la siesta con el “Cinco días” o el “Expansión”
encima de la tripa. Son los ilustres de la Tierra, familias ricas por la gracia
de Dios. Ídolos de nuestro tiempo, de todos los tiempos. “Hijos de …”.
Maniquís
parlantes:
Hombres:
Chaqué gris o negro, pingüinos con corbata de seda; Mujeres: Pamelas de enormes
alas; cabello semirrecogido con ondas; pendientes de oro blanco de los años
cincuenta; gargantilla de diamantes; uñas de color cinabrio; vestido drapeado
de color azul cielo largo “midi”; escote cuadrado, manga francesa y lazada de organza
en la espalda; tacones de aguja más altos que la torre Eiffel; por último, para
redondear, un romántico “bouquet” de peonías blancas. Son mujeres y hombres
elegantes, emperejilados y presumidos.
Selección
de personal:
Estricta
y rigurosa elección de los criados, con un único criterio: su carácter amable, sumiso y servil. Por los
interiores de las casas y por los jardines de las familias aristocráticas
desfilan uniformados los sirvientes, escogidos de todos los lugares del país:
La Cagasucia, el Tiñoso, la Pinanta, el Escalichao, la Maricoles, el Moñigo, La
Marisantos, el Jonymelavo, la Mica, el Sindiós… Ellas, las chachas, con cofia y
guantes blancos y, hasta hace no mucho, obligadas a media genuflexión cuando
era solicitada su presencia, o en alguna audiencia. Los sirvientes, ellos,
obligados a agachar la cerviz y, tal vez, a llevar calzoncillos blancos nuevos
todos los días, como parte del salario en especie, y con la consigna de que
debían de ponerse lo de atrás delante, no sé por qué.
¡Son
el modelo ideal, el cogollito de la raza española, el deseo de mi corazón de
oro! ¡Qué injusta y envidiosa la lucha de clases!
¡Corazón,
corazón / corazón pinturero/ qué pedazos de artistas / hay en las revistas / de
mi peluquero! (La Parodia Nacional).
*****
Un
amigo profesor de Filosofía y Ética en un instituto, me contó que un día en la
asignatura de “Ciudadanía” preguntó a sus alumnos de trece o catorce años ¿A
qué persona admiras de tu entorno? La respuesta fue unánime: A un jugador de
fútbol portugués, cuyo nombre es innecesario mencionar. Ninguno eligió a su
padre o a su madre, a algún amigo o a su profesor preferido. Yo le dije:
“Natural. Es joven, guapo, muy rico y famoso. Ya no hay referencias humanas
cercanas, solo mediáticas”. El balón, el esférico dicen los cursis, ya no es
únicamente un instrumento de juego omnipresente desde niño entre los varones;
se ha convertido en un símbolo de las aspiraciones de los jóvenes y de los
anhelos truncados de los mayores.
No
hace muchos años el triunfador era un ser humano virtuoso. A la persona justa,
prudente, amorosa o humilde se la consideraba como una persona admirable, digna
de estima e imitación. No es la situación más habitual en la sociedad
contemporánea.
Ahora,
añoramos ser ¡el rey!, el emperador!, ¡el jeque!, ¡el empresario modelo!, ¡el
presidente!, ¡el hombre divino! ¡Oh, qué fatigosa es la ascensión en la
pirámide social! Actualmente la tendencia es que el éxito venga determinado por
la riqueza, el poder, la fama; en definitiva, por la ‘posición social’. ¡El colmo
de un nuevo rico es aspirar al amor de una mujer que se llame Gloria! Hoy el
valor de una persona no reside en sus cualidades, sino en el precio que puede
obtener por sus servicios.
El
éxito, en la vida académica o laboral, se forja en la competitividad, en la
competencia. Se trata de competir por los mejores resultados. ‘Si tienes talento, energía y habilidad
llegarás a la cima’. Es la meritocracia. Pero, ¿ésta se basa exclusivamente
en las capacidades personales y en el esfuerzo? Falso. La meritocracia, salvo
excepciones, es una de las grandes mentiras de Occidente. Todos conocemos cómo
intervienen los amiguismos, los contactos, los enchufes, la sumisión, el
peloteo, los chantajes… Acaso ¿no conocemos en la cúspide de la política o en
los medios de comunicación (en las tertulias, en la prensa, en los programas de
ocio) a auténticos botarates?
En
el contexto tecnológico y cultural actual, el éxito se mide en el número de
‘likes’ (me gusta) y ‘followers’ (seguidores). Si tienes pocos ‘likes’ y ‘followers’
te quejarás llorando a moco tendido; si tienes muchos ‘likes’ y ‘followers’,
ebrio por la debida atención del público, con la baba caída, te sentirás
triunfante, empingorotado como un pavo real.
Evidentemente,
aquí, me interesa el éxito en un sentido amplio, no solo economicista. El
desarrollo económico se ha convertido en el bien supremo. Pero a mí me gusta
vivir en un espacio donde corra el aire. El éxito es efímero. No hay éxito que
no aparezca en la vida combinado con el fracaso. El Éxito, así, con mayúscula,
no existe. Existen las metas, los logros y existe la cima de la montaña, pero
cuando se llega, si se llega, ¿después qué? La vida sigue en el valle.
El
éxito es, a mi modo de ver, la realización con convicción de los proyectos
personales que nos marcamos en la vida, que pueden ser pequeños o grandes, a
corto o a largo plazo; que recogen las aspiraciones y los sueños de cada
individuo, y que se vinculan con el desarrollo de nuestras capacidades, lo que
hace ya algunos años se llamaba vocación. Es la realización de uno mismo de
manera discreta: el don que somos capaces de entregar, secreta y generosamente,
a los que nos rodean, El hombre decide qué quiere ser y lo ejecuta; ya no le
mandan los dioses como antaño, ni las pautas exclusivamente materialistas e individualistas
del capitalismo. Y cuidado con equivocarse de proyecto eligiendo una sola
dimensión (por ejemplo, la profesional), o en lugar de querer ser felices
elegir ser exitosos. O ser negligentes en la realización de nuestro proyecto.
¡Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente!
Algunos
pequeños/grandes éxitos:
Hacer
el camino de Santiago; tener un huerto; disfrutar la paz que nos da el mar; sacar
adelante una pequeña tiendecita de barrio; aprobar unas oposiciones con sangre,
sudor y lágrimas; sacar adelante una pequeña empresa a base de salarios justos
y mucho sacrificio; salir de una infancia de hambre, con el apoyo tenaz,
ilusionado e imprescindible de tus padres, y conseguir una posición digna en la
vida; llegar a final de mes con el salario mínimo interprofesional; seducir al
hombre o la mujer del que estoy enamorada/o; tener un círculo de personas que
crean en ti y a las que quieras mucho; vivir del arte; no quedarte en el suelo,
sino ser capaz de levantarte; tener confianza en ti mismo. Son pequeños
triunfos, callados, silenciosos; pequeñas conquistas. Es lícito tener estos
proyectos y luchar contra viento y marea, de manera firme y decidida, por
alcanzarlos. Suelo y cielo; pan y sueños. Hay que competir si es necesario,
pero sin arrollar a nadie. Son las pequeñas victorias de los “aristócratas de
la intemperie”.
Elogio de un triunfador alegre:
Se llamaba Esteban. Trabajaba de administrativo.
Era un hombre de gustos muy sensibles. Prefería las relaciones cara a cara, los
contactos con aire secreto, mejor que la fama. Le gustaba relacionarse con
personas que le hiciesen sentir como en su hogar. En su tiempo libre, con un
amigo y una amiga, era payaso. Se ponía una camiseta y unos pantalones de
muchos colorines vivos, hechos con restos de ropas viejas; unos tirantes y una
pajarita; una peluca y un gorro; enormes zapatos y una gran nariz roja. Y
acudía gratis a fiestas infantiles de sus amigos o al hospital a divertir a los
niños. Pocas veces, muy pocas veces, los contrataban por un módico precio algún
centro comercial como animadores. Contaban historias emocionantes inventadas y
hacían reír a los niños. Era un triunfo común de los payasos y, por
participación, del público. Pero nadie sabe lo bien que se lo pasaban y lo
felices que eran Esteban y sus dos amigos. Eran hombres anónimos que no les importaba
perder su tiempo; por el contrario, era una manera de dar plenitud a sus vidas.
Con esta actividad divertida nunca tuvieron miedo de arruinarse. Y Esteban
decía: ¡Qué bonito regalo el cariño de
los niños! ¡Qué suerte! Lo que somos lo hemos alcanzado los tres amigos, no por
ser 'hijos de...'.
Aquellos
hombres, algunos elegidos de aquellos hombres, de todos los tiempos, ellas y
ellos, llevaban dos monedas por ojos, y parece que los incontinentes orinaban
oro, los estreñidos defecaban platino y los constipados moqueaban plata.
Y
entre ellos, un enamorado triunfador y amartelado con su “cuqui”, cantaba en la
ducha al ritmo de “La lista de la compra” de La Cabra Mecánica: “Tú que eres
tan guapa y tan lista / tú que te mereces un príncipe, un dentista, / ¡tú! / te
quedas a mi lado / y el mundo me parece / más amable, más humano / menos raro”.
*****
“Si
puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
Y tratar a esos dos
impostores de la misma manera (…)
Tuya es la Tierra y
todo lo que hay en ella,
Y, lo que es más,
¡serás un Hombre, hijo mío!”
(‘If’,
R. Kipling)
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