martes, 17 de septiembre de 2024

Desvaríos V

                                                                                   La experiencia. Foto de J.C. González

Mi cuerpo siente hambre en la piel. ¡No me toca! ¿Quién me robó sus abrazos y sus besos? ¿Quién se interpuso? ¿Acaso soy un hombre de hielo?

Es conveniente un cierto grado de conformidad con la vida; cuando uno odia al mundo, además de ser un discapacitado para el placer, el demonio lo tiene dentro.

          ¡Ay, esta memoria, se me olvidan los recuerdos! Tendré que inventármelos para rellenar los huecos que hay en mi vida.

          Distingamos conceptos básicos: no es lo mismo ser "servicial" que ser "servil". El primero es amable, más nunca esclavo. En eso consiste su "charme".

Aquel hombre era lento; se diría embobado, no de fascinado, sino de bobo; su cabeza sufría de retardo, de aletargamiento; vivía en el limbo. Por eso, percibía detalles de la vida que otros no alcanzaban; y por eso dicen que los tontos son más felices.

          En nuestra época se vive tan deprisa que no da tiempo de convertir la experiencia en “vivencia”.  Vivimos como saltimbanquis y volatineros, artistas capaces de realizar diferentes ejercicios de equilibrio, movimientos y juegos acrobáticos.

          Con la acumulación de cosas engañaba su soledad. La Facultad de Economía va a desaparecer, dicen que porque todos los hombres son ya economistas. ¡Se acabaron los sueños!

          ¿Para cuándo la cultura eclipsará a la economía? Afortunadamente en la vida hay acciones que no son monetizables.

Aquella persona carecía de argumentos coherentes, sin embargo, con su verborrea derrotaba a todos los que tenía alrededor. ¡Qué ingrata, nunca pidió perdón!

 Es curioso, pero algunas veces, entre los dirigentes, entre los intelectuales, hay algunos hombres inteligentes.

Mente enjaulada:

Que repite por costumbre, sin prestar mucha atención, como un papagayo, las seudo-ideas de una de las tres grandes cosmovisiones del mundo: la mercantil, la religiosa o la política. Pura racionalidad esquematizada y prisionera, que no danza libre e intuitiva por la vida.

La belleza nocturna:

En los claroscuros de la noche, en la atenuada luz de aquella habitación, ella tenía una belleza nocturna; la voz apagada, susurrante, de cansancio. El día había sido un caminar errante, solitaria por el mundo; la noche el reencuentro consigo misma.

Las acciones gratuitas:

Son los actos más valiosos: Un amanecer, el olor de las flores, una sonrisa, una conversación de café...  No tienen una finalidad precisa y, además, no pueden ser monetizados. Las personas agraciadas, con gracia, suelen ser agradecidos; son seres afortunados que sienten gratitud por todo. La gratuidad es al hombre,  lo que la belleza es a la naturaleza. Los dos surgen espontáneamente: En el hombre por un impulso natural y en la naturaleza por azar.

El eremita:

Era un hombre errante y nómada, un eslabón perdido, acaso un trotamundos. No había ido al colegio ordinario, no tenía familia, ni patria. Vivía de un trozo de pan, un vaso de vino y un lápiz para escribir poesía. Gustaba de la soledad, huyendo de las multitudes. Sus ojos observaban el mundo desde lejos y se reía mucho. Veía a los otros, hombres y mujeres, como seres vanidosos, con un ridículo taparrabos, muertos de frío y desamparo. Aquel hombre murió sin pena ni gloria.

La belleza sucia:

Siempre he preferido "la belleza sucia"; "la belleza sublime", además de escasa, me aturde. Una vez leí que la búsqueda desmedida de la perfección produce neurosis. Pues bien, esta idea la he visto recogida en el concepto japonés Wabi-Sabi que apunta a la "belleza de la imperfección": Nada es perfecto, nada es permanente, nada está completo. Wabi Sabi se inspira en la naturaleza, con su paradoja de ser perfecta e imperfecta a la vez. Abrazar el estilo de vida Wabi Sabi nos permite mirar a la realidad sin la presión de que todo esté bien; nos sugiere la necesidad de disfrutar de los momentos tal y como vienen, sin expectativas. Las arrugas, los arañazos, las cicatrices, son un recordatorio de nuestras experiencias.

El espíritu de contradicción:

         Real Academia Española: Genio inclinado a contradecir siempre. Carácter que se opone con frecuencia y parcialidad a lo que los otros le manifiestan. Baltasar Gracián en el aforismo 135 del Oráculo Manual lo llama "hacer guerrilla de la dulce conversación". Y Guillermo Cabrera, en "Los Contradictorios" dice que se sientan siempre de espaldas, al revés de todo el mundo. Contradecir, a contracorriente, contratacar, contraorden, contraponer, contracrítica, contrariedad, contrariar... "Contra": Prefijo que denota oposición o contraposición, con el significado de 'enfrente de' en lugar de 'junto a'. La compasión renuncia a los antagonismos; la consonancia mejor que la disonancia.

          No comprendo por qué los laicistas de nuestro país son más beatos que San Pablo. 

 


miércoles, 3 de julio de 2024

Desvaríos IV

                                                                    
                                                                                             Mundo. Foto de J.C. González


1. Filisteos: Muñecos articulados de un teatrillo balanceando el cuello en un movimiento frontal de inclinación de la cabeza. Tristemente les faltaba el mecanismo que les permitiera girar el cuello en un desplazamiento lateral de negación.

2. Cuando era joven, desvalido, le entusiasmaba la idea, solo la idea, de llevar bastón; necesitaba para vivir un apoyo ortopédico sobre la tierra. Ahora, mayor, paradójicamente más autosuficiente, disfrutaba caminando sin apoyos mecánicos.

 
3. Decía una abuelita nonagenaria: "Se ha perdido la vergüenza, la modestia y el pudor. Solo queda gente frívola en una desenfrenada exhibición.


4. Con la lectura, vía de escape de la vulgaridad, rompió con un mundo uniforme y anodino. Unas veces le conmovía el corazón y otras se lo aliviaba.  Siempre al borde del caos.

 
5. Cuando descubrieron el rango y la relevancia social de aquel hombre, que era un "homme du monde", todos quisieron ser su amigo. Antes, las personas de escasa monta no les interesaban.

 
6. El sufrimiento erosiona la ternura. ¡Crac! Se quebró como un espejo roto irrecuperable.

7. La soberbia nada hace gratis. Aprovecha todos los resquicios, no deja ni uno, para saciar sus intereses y su ego.

 

8. Es más difícil respetar las ideas contrarias que reafirmarse en las propias. Pero no lo olvides nunca, delante de las ideas hay personas.

 

9. Ella no era bonita, pero tenía algo que enamoraba: su saber estar, su elegancia, su bondad. Es la distinción la que hace atractiva y cautivadora a una persona.

 

10. Sus ojos me observaban, pero no sé si me veían. Tenía una extraña mirada que más parecía escudriñar hacia dentro que hacia fuera.


11. Las personas sinceras, sobrias, se expresan con la precisión y el cuidado que requiere cada momento; nunca hablan por hablar.

 
12. Algunas personas tienen grabadas en su mente la escena, el momento y las personas, en que se destruyó su inocencia para siempre.

 
13. ¡Si pudiéramos recobrar las emociones pretéritas, alegres o tristes, que han dejado su huella en cada arruga!

 

14. Anomalías psíquicas o heridas de la vida. Perdición: Acción de perderse. Ruina espiritual.

 
15. Es difícil encontrar rastros personales en tiempos tecnológicos; historias humanas entre tanta soledad. Tambores de guerra.

 

16. Por eso, un hombre había elegido para sí una extraña reciedumbre ante "la Invasión de la Máquina" y una pizca de ternura entre los humanos que aún quedaban.

 
17. Aquel hombre se quedó dormido, cubriéndose la cabeza, temeroso de que se la robasen.

 
18. Escribía poesías en las redes sociales. Unas eran propias, otras robadas. Eran oráculos en tiempos de incertidumbre.

 
19. Hay dos móviles en las personas: los intereses y las actitudes. Aunque suelen combinarse, a veces los intereses se disfrazan de generosidad y en otras ocasiones las actitudes se rebelan contra la ingratitud.


20. Dos son los movimientos básicos de la vida del hombre: desenvolvimiento en el mundo y repliegue espiritual en el alma; con sus reversos: dispersión en el ruido y embrutecimiento del ser. 

 

 

 

Desvaríos III

                                                                                            El sabio. Foto de J.C. González


1. Ignoro qué son las cosas, qué es la vida; solo puedo esbozar algunos "comentarios inconexos”.

 
2. Cortesía social. ¡Qué cómoda, sin compromiso! Solo hay que contar con emoción algún asuntillo anodino.


3. Hay palabras entrecortadas que son sollozos al borde del llanto.

4. Llorar de alegría: Eclosión emocional incontenible después de una larga y tensa espera de dolor intenso.


5. Cuando reventemos de ira, con un enfado explosivo, más necesaria es la prudencia, la discreción. ¡Qué fácil decirlo!


6. Decía su amiga que ella tenía una bondad natural. Pero ella se quejaba, incapaz, de que no podía  alcanzar la contemplación de la belleza.

7. Era un hombre tan lento, tan al margen, que, incluso, no había llegado ni a su “sí mismo”.


8. ¡Me gustan esos dientes blancos cuando la gente sonríe irónica!

9. La "belleza sublime" me aturde. Mejor la "belleza sucia, contaminada", en la que prevalezca lo admirable sobre lo chabacano.


10. Móvil. Motivación: Aquello que mueve moralmente. Teléfono, celular: Aquello que mueve sensualmente. En él todo es placer subyugante.

11. ¡Ojo de loca no se equivoca! Dios era una mujer.


12. La vida es una carrera en la que muchos de los corredores no alcanzarán el pódium. Son lo que viajan en los vagones de "tercera clase".

13. En las tascas se bebe, se vive, se aprende. Segundo hogar. Las tabernas son las universidades de los nómadas.


14. Cuánto más silencioso, más soñador. ¿Acaso la felicidad es escandalosa?

15. El ruido y la furia no pueden con la delicadeza; siempre hay un rincón para la ternura.


16. ¡Tan cerca de la muerte y tan valientes!


17. Lo que la naturaleza permite, que no lo prohíba la cultura. Desde una perspectiva biológica, evolutiva, nada es antinatural.


18. Los filósofos construyen argumentos; los sabios solo viven, sin ideas.

19. "El infierno son los otros", decía Sartre. Solo de la conversación solilocuente puedes enriquecerte.


20. Lo trivial, lo banal, lo insustancial, representa la mayor parte de la vida. Solo desde lo superficial se puede acceder, seguro que lentamente, al sentido, al misterio. 

 

 

 

viernes, 1 de marzo de 2024

La bolsa o la vida: El afán de ser (II)



                                                                                                  Detalle de la portada de 'El hombre mediocre', editorial Losada.

 

                    “Ser, nada más. Y basta. / Es la absoluta dicha”.

                              (Cántico, Jorge Guillén)

          “Todo hombre es capaz de la más elevada grandeza de espíritu y de la más innoble bestialidad. La última contradicción, la última incoherencia moral que ha observado en mí, para su regodeo si es puritano, no es ni la única ni la más importante. Hay muchas más”.

 

          En la primera parte de “La bolsa o la vida” escribí sobre la ambición. Me inquietaba haber observado entre mis cercanos dos tipos de personas: las que vivían satisfechas y las que seguían la senda del éxito. Por eso me preguntaba sobre los rasgos de unas y otras. Hoy toca escribir a este aficionado diletante sobre el afán de ser; asunto complejo que hay que digerir despacito.

          El afán de ser es el esfuerzo qué con voluntad, con garra, con ahínco, ponemos para alcanzar nuestros deseos y nuestras aspiraciones más profundas. Algunas personas no se conforman con seguir las costumbres y las creencias vigentes; aspiran a ser dueñas de su destino. Porque todos estamos llamados a ser artistas, o al menos artesanos, de nuestra propia vida, para alcanzar la grandeza de espíritu, la excelencia moral.

          Para esto, los seres humanos contamos con algunas cualidades: La voluntad que aporta la energía vital para tratar de alcanzar nuestros anhelos y ampliar nuestras ganas de vivir; la Inteligencia donde se ubica la conciencia: la capacidad de intuir, de pensar, de crear, de contemplar; el Amor que ofrece cordialidad, placer, armonía, belleza. “La alegría es el paso del ser humano de una menor a una mayor perfección. (Ética, Baruch Spinoza).

          A veces, nuestra vida se contrae, se limita. Nos domina el miedo que nos hace recortar nuestras aspiraciones, nuestras pretensiones más profundas y reduce nuestra capacidad de expresar con alegría nuestros sentimientos más sinceros y auténticos. Entonces, vivimos cohibidos, asustados. Y, sin embargo, nada justifica ese estancamiento interior.

 

Conocí a una mujer adulta que prefería a las personas con "la mente despejada". No la entendí en su día. ¿Qué es tener la mente despejada? “Despejar” en la segunda acepción del diccionario de la Rae significa: "aclarar, disipar lo que ofusca la claridad". Porque hay pensamientos oscuros, confusos, fantasmales, que ocupan un sitio en nuestra mente. Y hay que “desocuparlos” (primera acepción), sacarlos de nuestra mente, ampliando nuestro ser. Dejar libre nuestra mente de todo lo que constituye un estorbo, una obstrucción o un peligro. Aligerar la densidad, el peso de nuestra mente. Para que nuestra conciencia sea más libre y brillante. La alegría existencial equivale a la conciencia íntima de estar creciendo.

 

Las personas perseveramos en el “ser”. Solo he visto, con una pena infinita, como algunos mayores van desconectando progresivamente del mundo: rostro impasible, mirada perdida, oídos insensibles, pérdida de la atención; el mundo ya no va con ellos; para, poquito a poco, ausentarse hasta de sí mismos.       

 

José Ingenieros, médico psiquiatra, farmacéutico y filósofo, escribió en 1913 “El hombre mediocre”, una joyita de ensayo, de una creatividad extraordinaria, o al menos a mí me lo parece. Decía: “Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el medio, como cera fundida en el cuño social”. Y de este modo, construía una tipología de los hombres:

 

          • Rasgos del “hombre mediocre”: Hay personas que prefieren vivir en una “aurea mediocritas”, una “mediocridad dorada” cuyas características podrían ser: buen apetito, animal doméstico, nacido para consumir, ordenado, aferrado a sus costumbres, misoneísta (aversión a lo nuevo), respetuoso de toda autoridad; parlanchines, ocultadores de sus sentimientos e intenciones, activos por la senda del enchufismo; perezoso intelectual, desprovisto de fantasía, hombre con principios ligeros y opiniones volátiles.

          • Rasgos de los “hombres con ideales”: Los hombres con afán de ser dan vida, aumentan la vitalidad de los demás. Sus características serían: bondadosos, capacidad de acompañar, contagian confianza, buscan el bien, prestos a elogiar a los otros; testarudos y valientes; deseosos de autonomía, independientes, no rehúyen la soledad; inquietos, buscan la excelencia; innovadores, con imaginación creadora, críticos; armonía, paz interior.

          El hombre real combina normalmente rasgos de ambos tipos. No obstante, el hombre excelente es el que posee las luces del intelecto y la grandeza de corazón. Lo habitual en los hombres excelentes es brillar por alguna de estas aptitudes. Son escasos los talentos completos. Hemos conocido personas de una capacidad intelectual importante, que no destacan en virtud alguna, y hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.

Principios que orientan el afán de ser:

          • La generosidad: Es la actitud contraria de la ambición. Esta trata de acaparar. El generoso trata de soltar, de dar o compartir con los demás sin esperar recibir nada a cambio.  La generosidad tiene que ver con la riqueza del corazón, la tacañería con la riqueza del bolsillo. Ser generoso es estar abierto de cuerpo y alma.

          La generosidad es el término medio entre la prodigalidad (derroche, despilfarro) y la avaricia, exceso y defecto respectivamente. Son avaros los que se afanan por las riquezas más de lo debido. El avaro intenta sacar provecho de todas partes. Son pródigos los que gastan sin freno hasta el punto de poder arruinarse.

          La generosidad no consiste en la cantidad de lo que se da, sino en la disposición del que da. Puede ser más generoso el que da menos si su fortuna es menor.

          • La benevolencia: Significa “hablar bien” de las personas, alabarlas, enaltecerlas; desear a los otros: salud, larga vida, suerte, fortuna, felicidad. Al “bendecir” a los otros generamos energía y pensamientos llenos de luz, que, posteriormente, regresan a nosotros de muy distinta manera.

          • El criterio es firme, la opinión flexible: Muchas personas estamos siempre “rumiando” pensamientos, con un intenso diálogo interno cargado de representaciones, impulsos y pasiones. Esto nos impide pensar con serenidad y objetividad.

El criterio personal, el principio rector, la luz que ilumina la vida, reside en la Razón; pero para los clásicos, para la mayoría de los estoicos, la Razón no reside únicamente en la cabeza, sino también en el corazón, en el saber del corazón. Le llamaban la “divinidad interior” o el “habitante del pecho”, que nos acercaba a la verdad, la belleza y el bien.

El criterio se enriquece desde el silencio interior, desde la intuición silente, desde dentro hacia fuera, y nos ayuda a agudizar nuestra sensibilidad y hace que nuestros pensamientos sean más penetrantes y profundos.

• El individualismo como actitud: El temperamento individualista niega el principio de autoridad, rechaza cualquier imposición, desprecia cualquier jerarquía que no se base en un mérito verificado. El temperamento individualista mantiene una postura crítica respecto de los dogmas y los falsos valores de las mediocracias.

          •Autarquía: Significa depender solo de sí mismo. Conseguir la independencia de cualquier cosa externa: solo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia. Requiere la autosuficiencia económica y necesitar de la menor cantidad posible de requisitos para vivir la vida. Centrar el bienestar en la utilización de los propios recursos y en la práctica de la virtud.

          • Ataraxia: Es la ausencia de turbación en el alma. Se trata de disminuir la intensidad de las pasiones y deseos que puedan alterar el equilibrio mental y también de la fortaleza frente a la adversidad. Se trata de alcanzar la imperturbabilidad, la serenidad, reduciendo los miedos. Para los estoicos la ataraxia se aprende consiguiendo diferenciar entre las cosas que dependen de la propia persona de las cosas que no dependen de nosotros. El progreso hacia la serenidad solo es viable cuando los bienes por los que legítimamente nos inclinamos son “preferencias” y no “exigencias” que han de ser satisfechas por la realidad o por los demás.

          • La libertad interior y espiritual se antepone a la política. La felicidad humana, si bien está relacionada con las instituciones sociales, es un asunto básicamente de ética personal. No obstante, quien pretenda ser útil al ser humano no puede ignorar los procesos político-sociales.  

• Recuperar la capacidad de ensoñación: Ensoñar, según el diccionario de la RAE significa: “Imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue o se anhela”.

¡Qué pasen un buen día con su “honorable” mascota! Yo voy a dar un paseo con Caos.

"Cuando el ruido del mundo te sea extraño

y seas un extranjero entre los hombres,

escucha atentamente los acordes de tu vida,

la melodía que surge de tu propio espíritu».

 

(Stefan Zweig, “Grandeza serena”)

 

 

 

 

 

 

 

         

         

         

 

         

 

La bolsa o la vida: La ambición (I)


                                                                                                        'El avaro', de Jan Havickszoon Steen

 

¡La bolsa o la vida! ¡No, no se asuste! No voy a asaltarlo por los caminos, no soy ningún bandolero. Aunque podría ser José María “El Tempranillo”. Esta famosa expresión, la bolsa o la vida, atribuida a los bandoleros españoles que asaltaban en los caminos de Sierra Morena, tiene que ver con los deseos, las aspiraciones que han tenido los hombres desde siempre.

Porque el deseo anhela el amor, pero también el poder y la riqueza; es vida y muerte entremezcladas; y por eso se presenta siempre de modo incoherente, misterioso, contradictorio. Todo hombre es capaz de la de la máxima grandeza y de la mayor bestialidad. Según el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677), el hombre se esfuerza por perseverar en su ser, mediante la energía y el esfuerzo que surgen del deseo que es la esencia misma del hombre. De este modo, la finalidad de la ética sería potenciar la realización del ser humano como persona. Por contra, la sociedad actual está presidida por una premisa: “Quien no tiene, no es”; si no se tiene “x” cosa en la sociedad consumista, el ser humano no es nada; o, dicho de otra manera, a medida que se tiene más dinero se es más persona. Hace depender la realización del ser humano exclusivamente de su realidad material.

Se trata del dilema “tener” o “ser”, ambición o grandeza de espíritu. La ambición es el deseo ardiente de poseer riquezas, fama, poder u honores. Se asocia a los delirios de grandeza, a las ansias de disfrutar de situaciones que no están, al menos actualmente, a nuestro alcance. La grandeza de espíritu es una cualidad de la persona que es digna de admiración y respeto por sus valores, especialmente su generosidad: es una persona noble de corazón. Se trata del afán de ser, de superarse en las capacidades y actitudes que cada uno tiene.

 Pero no se trata de hacer puritanismo, la realidad siempre es compleja. Por tanto, no trataré de contraponer, de enfrentar radicalmente “el tener o el poder” y el “ser”. No me interesa una falsa humildad católica que preconiza el rechazo de toda ambición y en la práctica se asocia con el poderoso; ni un hipócrita laicismo que está deseando un palio para colocarse debajo. Cualquier ser humano razonable desea prosperar, pero cuida en todo momento su crecimiento personal. Una ambición humana moderada es un ingrediente necesario para el crecimiento personal. ¿Es una ambición perversa que tus padres deseen que tú mejores su posición económica o profesional? ¿Es una ambición maligna tratar de convertirse en una virtuosa pianista? Valgan estos ejemplos.

Acaso lo pernicioso sea anteponer radicalmente los intereses económicos particulares a ciertas obligaciones comunitarias relacionadas con las necesidades sociales; o dar prioridad a los intereses financieros por encima de los derechos humanos. Un hombre que se ocupa exclusivamente de aumentar sus riquezas es un hombre sin alma; la codicia le corroe el espíritu.

Por tanto, voy a tratar de esbozar en este artículo (I) los lugares por donde se desenvuelve la ambición y en uno posterior (II) los espacios propios de la realización del ser humano.

El marco de la ambición

La codicia, la avaricia, es propia del hombre ambicioso en exceso. Su vida es aburrida y triste porque solo ve lo que le acarrea dinero. Únicamente se aviva, se despierta cuando recorre sendas económicas; o dejando de transitar por avaro, por miserable, caminos costosos. Son personas de acción, pocos dadas a la lírica y a la reflexión, que destinan su vida de manera agónica a la acumulación. La propiedad privada está unida al sentir colectivo, pero el codicioso, el avaro, dice: “Democracia, sí; pero cada uno con su cuenta corriente”.

La energía del deseo se traslada entonces al juego competitivo de la economía, de los fondos de inversión, del negocio. Y entonces el avaricioso ha de correr cada vez más rápido para mantener el ritmo de competición con todos los demás. Le abruma su exitómetro interior. Vencer es el imperativo categórico del que participa en el juego económico.

El arte de medrar: Ha comenzado la escalada, la subida de peldaños de una posición a otra superior. Muchos intentan culminar la escalera y fracasan. Pero otros, si se les deja subir, se aferrarán al reino del poder y la plata. Aunque cuando suben a ese peldaño que ansiaban y llegan a alcanzar el liderazgo a través de los codazos, de la conspiración, su posición se hace inestable como ha resultado ser la de su predecesor en el puesto. Así le ocurre a Macbeth, el personaje de Shakespeare, qué habiendo usurpado el trono, siente el miedo y la angustia de una futura conspiración similar a la suya. Es el principio de la circularidad del poder: si el anterior rey ha caído por él, ¿por qué alguien no podría hacerle caer a él? ¿Acaso es el riesgo de morir de éxito? Tanto el protagonista como su instigadora esposa lady Macbeth comienzan a cruzar el territorio de la demencia y del síndrome paranoico.

Algunas estrategias de la codicia

El alpinista político no mira a los ojos, mira al horizonte; las pestañas no le parpadean: los músculos de la cara están tensos; actúa de acuerdo con el refrán: “Ojo de lince, paso de buey, diente de lobo y hacerse el bobo”; indiferente, glacial, impasible; como la efigie de un dios. Por eso, descubrir al hombre perverso que puede haber detrás conlleva mucho tiempo.

El codicioso eligió en algún momento de su vida, quizá desde pequeño, dedicarse exclusivamente a los objetos: el poder, el estatus, la fama, el dinero. No le importa utilizar a los compañeros como trampolín para saltar al siguiente peldaño. Considera que es ley de vida aprovecharse de las personas. Carece de principios éticos y de sentimientos. Solo se puede ser ambicioso si no se sufre.

El superior desdeña los roles inferiores y la compañía de gente despreciable. Elige los defectos personales de su adversario para ridiculizarlo. Fabrica odio sin descanso, es su hábitat natural.

          Alrededor del poder pululan los babosos pelotillas y aduladores. Pero el que alaba está solicitando favores y ventajas, es en el fondo un mendigo.

En los regímenes autoritarios y también en algunos democráticos existe la figura del chivato que se aposta donde concurre la gente para denunciar a los que contradigan al poder dominante. También cumplen la función inversa actuando de correveidiles cuando al poderoso le interesa mejorar su reputación o para propagar algún chisme de un oponente, muchas veces de connotación sexual. Además, todo inferior en la pirámide organizativa está obligado a informar a su superior no solo de los aspectos técnicos sino también de todo lo relacionado con la vida privada de los subordinados que le pueda afectar.

Una empresa despide a un trabajador. Su puesto lo ocupa un miembro de la familia de un concejal y este, a su vez, coloca en el ayuntamiento a un miembro de la familia del empresario. Es la política del nepotismo: enchufar a los parientes en los empleos públicos o privados. Por eso es conveniente tener “una lista de contactos”.

El poderoso se vuelca con cada uno durante las entrevistas: con el banquero, con el político, con el empresario, con el obispo… prestándole toda la atención al negocio que se traen entre manos, y aunando los métodos del pedagogo con las tácticas del espía.

Plauto decía que “el hombre es un lobo para el hombre”. Por eso la mayoría vive a la defensiva, acaso con miedo. Solo la minoría vive al ataque, practica la ambición.

La autoridad moral se basa en la capacidad y se adquiere con el respeto y la ejemplaridad; y ayuda a desarrollarse a las personas. La autoridad irracional se basa en la fuerza y explota a la persona sujeta a esta. Su energía motivadora es la agresividad.

          “El dinero tiene la curiosa propiedad de que, siendo a veces causa, medio y efecto de los delitos más horrorosos, él sale de ellos indemne, limpio de polvo, paja y sangre, joven, inmaculado e inocente, listo para ser puesto otra vez en circulación y ser amado de nuevo, cual virgen perpetua y siempre muda, que se vende al mejor postor sin decir ni pío”. (La ambición, Emilio López Medina, Univ. De Jaén).

 

sábado, 18 de noviembre de 2023

Retrato de "EL Encogío"



 

"Cualquier orden es un acto de equilibrio de extrema precariedad".

(Walter Benjamin)

La Tierra es unos 100 trillones de veces más pequeña que el Universo. Un hombre aislado ocupa 0’15 metros cuadrados, de los 510 millones de kilómetros cuadrados de la superficie de la Tierra.

Valgan este par de datos para sugerirnos la presencia en el mundo de lo macro y lo micro, lo global y lo local, lo gigantesco y lo enano. No obstante, no es intención de este humilde escritor diletante detenerse en datos cuantitativos, ni tratar de alcanzar el menor grado de rigor científico. Solo pretendo trazar a vuela pluma algunos rasgos de tipos humanos inventados, de una forma más cercana a la retórica que a la ciencia. Estos tipos humanos nada tienen que ver con las tallas físicas, por ejemplo, de las camisas: S, M, L, XL, etc, sino más bien con rasgos de carácter o de personalidad. Y aquí sí que tenemos tres tallas: "El encogío", "La media" y "El estirao".

Pues bien, nuestro hombre entrañable de esta historia era un vecino de una ciudad del Sur. Se llamaba Lucio Merluzo, aunque los vecinos del barrio lo apodaban "El encogío" porque era la mínima expresión de ser humano. Pequeñito, redondo como una bolita que en cualquier momento se pudiera echar a rodar y desapareciera. Arrollado sobre sí mismo, encorvado, con la cabeza y la mirada clavada en el suelo. Solo para contrarrestar su chepa se tensionaba y así podía mantener el equilibrio.

Tenía treinta y cinco años. Trabajaba de eventual en una bodega. Delgado como un sarmiento, callado e introvertido, lacónico de verbo. Andaba con una zancada corta, rígida, lenta.

Nuestro hombre se enervaba ante la presencia de otros seres y se amilanaba ante cualquier autoridad. Tenía por costumbre agachar la cerviz o sacudir la cabeza hacia delante afirmativamente, mecánicamente, a modo de un viejo complaciente. Se cohibía ante la presencia femenina, misteriosa y erótica. Evitaba cruzar la mirada, se reía inquieto, se le secaba la boca, sudaba. Era corto de ánimo.

Su personalidad se había ido achicando tanto que ya no era sino un punto invisible en el universo, acaso el imperceptible átomo. Se contrajo de tal manera que corría el riesgo de que los demás no lo vieran, o acaso aún peor, que no se viera ni él mismo. Mientras la mayoría de los hombres se preguntaban "¿Quién soy yo?", él era incapaz de verse, de describirse. Acaso una idea. En ocasiones un sentimiento. Poco más.

Este apocamiento de "El encogío" se produjo poco a poco, casi sin darse cuenta. Rehuyendo las dificultades de la vida. Narcotizándose con el omnipresente fútbol. Cumpliendo con humildad religiosa los ritos sagrados, En ocasiones se sentía como ausente del mundo. Y así pasaban los días.  

Como agazapado, para que nadie lo viera. Justamente por eso, por pasar desapercibido, como la figurita interior más pequeña de la matrioska, conjunto de muñecas rusas encajadas unas dentro de otras. Sobrevivía secretamente como si no tuviera ni nombre. Como un vagabundo, como un indigente, ignorado por todos; una isla en un universo hostil. Un hombre sin recuerdos ni huellas: ni pasado, ni presente, ni futuro. Un hombre espantado de su soledad; con mucho miedo, sobre todo, de sí mismo. Con un cuerpo desvalido y un alma extraviada.

Pero Lucio no quería ser vagabundo. Se encogía de hombros como dando a entender "que no quería saber nada, que pasaba, que le daba igual todo. Que no quería pensar, que no quería decidir. Que prefería dejarse arrastrar por la vida". Y así, se fue acomodando a una zona de confort cada vez más corta de expectativas, amodorrado como un muerto viviente.

En realidad, nuestro hombre era un "enano mental", más seguramente un "enano moral". No es que le faltara volumen cerebral. Ni de que tuviera "menos" mente. Por el contrario, era inteligente, su altura intelectual era suficiente, pero elegía pensar poco, no ir más allá; no lo necesitaba, vivía feliz. Ya sé que no se dice “enano mental” sino "persona con discapacidad intelectual", pero nuestro "enano mental" no tenía discapacidad alguna, solo que se negaba a utilizar la inteligencia que poseía y en el camino perdía parte de su personalidad, de su ser.

Sin embargo, un sábado por la mañana, estando sacudiendo con un plumero el polvo de una pequeña biblioteca de cinco o seis tomos que le había dejado un tío suyo, eligió un libro y se sentó en un butacón a hojearlo. Se trataba de El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Se sintió alegre y relajado porque cambiar de actividad lo animó y le refrescó la mente. ¡Ya estaba saturado de fútbol! Se sirvió una copa de vino de Jerez y se puso a leerlo.

 

Lo primero que le llamó la atención es que el principito para volar y salir de su asteroide, de su pequeño planeta, se unió mediante unos hilos etéreos a una bandada de pájaros silvestres que lo impulsaron.

Más tarde le llamó la atención lo que el zorro le dice al principito: "Lo esencial es invisible a los ojos. Los ojos están ciegos. No se ve bien sino con el corazón". Lucio se llevó el dedo índice a los labios, miró en derredor y pensó. No se ve con los ojos. Se ve con la mirada, compasiva, emocionada, a los ojos expresivos del otro. Hace tiempo que no me veo, porque no me miro. Me juzgo mal. Hace tiempo que no me ven, tal vez mi rostro es huidizo. ¡Huye de los hombres que no te miran a los ojos cuándo te hablan! ¡Son duros, violentos! ¿Acaso soy feroz, agresivo?  Yo, como la mayoría de los hombres, no sé lo que busco, lo que quiero de la vida. Tal vez no espero nada.

 

Se levantó. Se puso el chaquetón y la gorra. Se dirigió al bar al que acudía con frecuencia. Se sentó en el rincón, en la misma mesa de siempre. Continuó leyendo. El zorro le habla al principito. "El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante… Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa". Y el zorro añade: "… Si quieres un amigo, ¡domestícame!... Mi vida se llenará de sol" "…Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo".

 

"El encogío", echándose para atrás en la silla, pensó que no tenía amigos y que no entendía bien qué era "domesticar". Buscó: "hacer tratable a alguien que no lo es, moderar la aspereza de carácter". Me he vuelto hosco, huraño. Solo cuando escuchamos y atendemos con el corazón a los otros nos sentimos en compañía. Deseo saber que hay un ser que me ama en alguna parte. He perdido la confianza. Necesito proyectarme, salir del desaliento, del abismo. Hacer crecer mis posibilidades, mis expectativas. Sin equivocarme en el camino, sin dejarme engañar por las apariencias.

Con el puño cerrado en la mejilla y el brazo acodado en la mesa sigue pensando. Soy un hombre frágil, débil, vulnerable. Quiero tener amigos. La amistad sosiega, pacifica, ablanda. Dicen que nace de afrontar vivencias en común. Que los amigos de juventud nunca se olvidan. La amistad es como un segundo nacimiento, en este caso comunitario, a la vida.

Siguió leyendo. Una señora que estaba sentada enfrente levantaba la mirada y observaba a Lucio detenidamente. Luego dibujaba en un cuadernito lo que veía. Era morena, el pelo corto, unos cuarenta y cinco años. Sonreía y esbozaba los detalles. Lucio se dio cuenta y sorprendido se ruborizó. Ella acabó su té, cruzó el salón y le dijo: “Espero que no se haya molestado porque haya tomado algunas notas. Me gusta pintar y su imagen leyendo me ha traído recuerdos”. Lucio, casi mudo, le indicó por gestos que podía sentarse.

"Todos tenemos una reserva de fuerza interior insospechada, que surge cuando la vida nos pone a prueba".

(Isabel Allende)

 

 

El perfume del albañil

 


 “La ilusión de mi vida ha sido y es ser un aristócrata de intemperie, un hombre sencillo en lo económico, rico en lo espiritual, y vivo, moral y físicamente, en el aire del mundo”.

          (Hemeroflexia, Andrés Trapiello)

 

          Teresa tuvo la suerte compartida de conocer a Facundo, un albañil cuarentón al que contrató para cambiar el cuarto de baño y la solería de la cocina de su casa junto a su compañero Baldomero, y que venía todos los días oliendo a perfume. ¡Qué insólito! ¡Qué evocador! ¡Acaso el primer albañil de la historia que se perfumaba para trabajar! ¡Olía a gloria! Era alto, fuerte, atractivo; elegante por su belleza, por su forma de pensar, por su manera de moverse.

          De niño Facundo siempre había llevado un libro o una carpeta entre las manos. Le daba compañía frente al mundo. Era un excelente estudiante, pero al morir su padre cuando él tenía dieciséis años y ser el mayor de sus hermanos no tuvo más remedio que hacerse cargo del mantenimiento de la casa. Por eso, se fue de obrero de la construcción con su tío que era encargado de obra. Poco tiempo después de casarse, dejó el equipo provincial de fútbol en el que jugaba. Los fines de semana iba de camping con su mujer y sus dos hijos, una chica y un chico.

          Se ponía, para ir al trabajo, un perfume refrescante, con aceites esenciales e ingredientes de mandarina, menta verde y cedro, de un olor ligero y limpio. ¿Quería tapar el olor a sudor? ¿Estaba enamorado? ¿Tenía un alto concepto de sí mismo? A los pocos días de trabajar allí, cuando Baldomero delante de Teresa lo tildó de cursi, Facundo respondió: “Hay que salir llorado de casa. Ponerme unas gotitas de perfume me da alegría. Salgo a la calle a comerme el mundo.”.  

Los hombres y las mujeres, vistos sin pasión, somos personajes cómicos que avanzamos a trompicones por la vida. Pero Facundo no era un hombre común y corriente. Era un hombre singular, único; fiel a sí mismo, libre. Por la noche miraba a las estrellas fugaces y pedía siempre el mismo deseo: que la belleza impregnara su vida, su destino.

          Con veinte años, hastiado de “hacer lo que no le apetecía” y de “no hacer lo que le apetecía”, Facundo se fue creando su propio mundo ideal, invirtiendo los términos: “haré lo que me apetezca” y “no haré lo que no me apetezca”. Decía: “Por no dar cabida en mi vida a los deseos yo no he sido quien quiero ser”. Y así, observaba que algunos hombres, por debilidad de carácter o por dependencia afectiva de otros, hacían lo que no les convenía. Otros estaban demasiado pendientes de los demás, como si la vida fuera un baile de sociedad en el que uno tuviera que triunfar. Adulando para recibir halagos. Entonces recordó lo que le decía una tía mayor: “Hay que cuidarse de los halagos de otras personas. Yo acaricio a las gallinas antes de retorcerles el pescuezo”.

          Se horrorizaba de la guerra, de la pobreza extrema junto a las grandes fortunas, de las enfermedades… ¡Basura, mucha basura! Y no era capaz de encontrar sentido. Solo le quedaba un camino: expurgar la miseria del mundo y aferrarse con fuerza a los restos de belleza que en el mundo hubiera. Los poetas decían que la poesía estaba en el mundo. Se equivocaban. Lo que estaba en el mundo era la belleza. Había leído al filósofo George Santayana que decía: “Es posible vivir con nobleza en este mundo con tal que vivamos idealmente en otro”. Y eso hizo: Crear su propio mundo.

          Un mundo que diera prioridad a los deseos, a los impulsos que despiertan las ganas de vivir y convierten algunos momentos en instantes divinos. El deseo no es un lujo, es una pasión, una agitación del alma; es responder a una necesidad, a una carencia, a una falta de algo, quizá de sentido; no por hedonismo egoísta e insolidario, sino por supervivencia. Además, no eran solo deseos primarios (comer, follar, acumular, dominar, etc.), sino también anhelos, aspiraciones de orden superior, relacionados con la belleza.

          Decía que la gracia de la vida consistía en tener un trabajo digno, una afición que satisfaga tu gusto y una almohada de calidad para reposar la cabeza. Facundo se reía, cuando Baldomero, más flojo que un “muelle guita”, hablaba de montar una asociación de “desganaos”, de gente sin ánimo de “na”. Por el contrario, Facundo hacía su trabajo gustoso, con ganas, con responsabilidad. Recordaba lo que decía Juan Ramón Jiménez: “Una mecanógrafa, ¿no puede realizar con sus dedos algo tan pulcro, tan exacto, tan bello como un pianista en una sonata?

          A la entrada, a media mañana y a la salida de su horario laboral mantenían charletas que les permitió ir conociéndose poco a poco. Teresa, todas las mañanas, antes de que ellos llegaran a su casa, se pesaba para comprobar si estaba en su peso ideal, se miraba en el espejo del armario del dormitorio para asegurarse de su aspecto saludable y se perfumaba. Y los recibía de manera amable, simpática, atractiva. Baldomero percibía cierta cercanía juguetona entre Teresa y Facundo. Ella, en el tentempié del viernes de la tercera semana de trabajo, les regaló una botella de buen vino a Baldomero y una gorra color camel a Facundo. Éste, confuso, imitando a Chéjov, le dijo a Baldomero ya en privado que le hubiera gustado una esposa que fuera “como la luna”, que desapareciera a intervalos. Porque hay amores secretos que duran toda la vida, por debajo o por encima de los otros.

Baldomero, que era un hombre prosaico y vulgar, no tonto, pero sí poco cultivado, le contó a Facundo que conquistó a “la abuela”, así llamaba a su mujer, comprando “Perfume Rompebragas, Désir Éternel Homme”, con aromas afrodisíacos que añaden feromonas, sustancias químicas que actúan sobre el sistema nervioso y, aunque su percepción es inconsciente, el olor llega al cerebro, despertando emociones y reacciones fuertes. Fue su estrategia de seducción para estimular el deseo sexual de “la abuela”.

Teresa, que sabía por el mismo Facundo que era un amante de las flores, compró unas orquídeas violetas que colocó en un jarrón chino de porcelana encima de la mesa de la cocina dónde celebraban la agradable cuchipanda a mitad de la mañana. Mientras Facundo bebía una cerveza, se alejó un trecho de Baldomero porque olía mucho a sudor hormonal, como de adolescente. Este, que lo notó, rascándose la cabeza con una cucharilla, le dijo: “¡Si los albañiles no sudan!”. Facundo estalló en una carcajada y dijo aplicando el principio de economía del lenguaje “No ni na”.

Facundo jamás quiso ser un filisteo, una persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y con poca sensibilidad artística o literaria. Defendía el derecho a la diferencia de todo ser humano. Por eso, quiso educar su mirada de modo selectivo y autodidacta para escudriñar en la vida exclusivamente la belleza. La hermosura de lo bello que proporciona una sensación de placer, un sentimiento de satisfacción; el equilibrio y la armonía de la naturaleza, de lo humano, de lo atractivo; perfección que combina en las personas “belleza interior” (elegancia, encanto, inteligencia, integridad) y “belleza exterior” (salud, sensualidad, simetría). Por eso, Baldomero le decía: ¡Facundo, que profundo, tan rotundo!, porque nunca renunciaba a sus deseos.

          Huía de las palabras grandilocuentes, de la elocuencia pomposa, de las mayúsculas. En vez de felicidad, prefería bienestar; en lugar de amor, cariño; mejor el encanto a la belleza pura. Y así Facundo decía que la belleza sublime lo aturdía; que prefería la belleza impura, contaminada, sucia; la delicadeza de las pequeñas cosas; el minimalismo. Y así, mientras trabajaba tarareaba canciones o escuchaba música clásica en un transistor que portaba en su maleta de herramientas. Su gusto por la música había crecido por su amistad con un colega que en su tiempo de ocio labraba instrumentos de música medievales. Aunque escuchaba música de todo tipo, sus preferidos eran los Nocturnos de Chopin y el Concierto para piano nº 2 de Rajmáninov. En casa, era un lector consumado de aforismos y novelas policíacas, porque decía que deseaba avivar su imaginación, descubrir lo que de novedoso hay en lo rutinario y vislumbrar los secretos más profundos de la vida. De vez en cuando escribía para sí mismo, no sabía si eran poemas.

          El eslogan que resumía la filosofía minimalista era la famosa paradoja “menos es más”. Aunque a Facundo le gustaba decir “el na le ha ganado al to”, venciendo al triste “to pa na” de Baldomero. Y ponía como ejemplo, personificando, al bíblico David cuando venció al gigante filisteo Goliat con una piedra y una honda, y después con la propia espada del gigante le cortó la cabeza. ¡El pacifista bíblico David! Porque el encanto de lo pequeño consiste en negarse a ser grande. Cuanto más contenga una obra de arte, añadía Facundo, ya sea una pieza musical o literaria, peor será. Claridad y sencillez son los principios del arte, decía. “Menos es más”.

          Al día siguiente de haber acabado la obra, Facundo se dejó caer con un ramo de rosas. Llevaba una dedicatoria que decía: “¡Espléndida Teresa!, ha sido un placer conocerte. Tienes mi número de teléfono. Todas las tardes, sobre las seis, acudo a tomar un té en la cafetería “Coco Chanel”. Firmado: Facundo”. Teresa les abonó su correspondiente salario con un agradable sobresueldo. De Baldomero se despidió dándole la mano y a Facundo le dio dos besos en la mejilla en un intenso abrazo.